martes, 27 de diciembre de 2011

Banda sonora OZ y alrededores, parte 2.

¡Y seguimos con la banda sonora del viaje mítico!


13. “Close To You”, de Cranberries.

Sé que la original es de los Pretenders, pero a mí siempre me ha gustado esta versión, y como es de esas canciones suaves, alegres y simplonas, yo la canto por la vida. Me emociona un poco su letra – cómo hasta los pájaros quieren estar cerca de esa persona especial, aww – y en especial me gusta cuando ya no dicen nada y solo cantan “ah lalalala”. Esa sencillez onomatopéyica la encuentro de lo más amistosa y universal. 

También me recuerda a una serie que se llamaba “That 80s Show”, y cómo pelaban el cable ahí los hermanos cantándola, lo que me hacía soñar con cómo quería que fuesen mis propias relaciones filiales (lo busqué para ponerlo aquí, pero entonces YouTube no era muy popular, entonces nadie lo subió).

A falta de hermanos (no cantamos juntos), como ésta es conocida, casi todos mis roomates de todos los lugares la entonaron conmigo, aunque yo nunca me daba cuenta de cuándo lo hacía yo misma en primer lugar... probablemente para mis adentros y saliendo de la ducha o algo así, porque no es una canción cool con la que una pueda impresionar a la gente.

Uno de mis momentos favoritos fue cuando la Sarah, una inglesa de 34 que era parte de mi grupo de viaje en Nueva Zelanda, decidió cantarla en el karaoke y me pidió que la acompañara. Al final fue solamente ella (yo solo colaboré un poco), pero igual fue una ocasión feliz, que me recordó cómo nos influimos en la vida los unos a los otros y cómo la vida a veces puede ser algo tan hermoso y tan simple. En especial cuando se la vive cantando codo a codo con algún compañero casual.



Acá salimos la Sarah y yo en acción (muy amateur, eso sí).




14. “Clue”, de Frente!

El grupo Frente! (se escribe con signo de exclamación al final, como Miranda! o Wham!) tiene una cantante de voz muy afinada y dulce. Y ésta en particular me encanta y así le di en absolutamente todo el viaje, yo creo que meramente porque dice “all the stars in the sky” (todas las estrellas en el cielo). A mí me encanta mirar a las estrellas, y cada vez que las veía la canción se me venía a la mente, y luego se me quedaba pegada por semanas porque, ya lo he dicho, esta mente que tengo es muy literal.

En especial le di cuando estuve en el campo, y no había luz artificial alguna, y entonces ellas se observaban por millones. Son las mismas que se ven de Chile, porque es la misma latitud… pero en Australia, en general, no es fácil verlas (ni en Indonesia) porque el cielo es más húmedo, y en Nueva Zelanda está casi siempre nublado, entonces yo me ponía muy contenta cuando al fin me tocaba presenciarlas en gloria y majestad, y así lo manifestaba cual loba aulladora, cantando.

Pero tan magno espectáculo celeste también me daba un poco de susto. En especial, una vez en que tuve que ir a hablar con mi jefe del campo, cuya casa quedaba a una hora de mi alojamiento. A la vuelta ya era de noche, y tuve que volverme caminando sola en medio del descampado, sin ninguna luz artificial en cuadras la redonda, y ningún camino, sino solo senderos de sembrados y vacas, y yo sin música - Ipod descargado - y el eco de mis pasos resonando por las huellas.

Pero las estrellas. Y una luna menguante, que brillaba lo suficiente como para que yo pudiera ver por dónde andaba, con los ojos ya afinados como los de un gato. Irónicamente, iba feliz y relajada hasta que las miré y fue entonces que me dieron miedo, cuando debieron ser una ayuda. Es que eran tantas y el cielo parecía tan vasto y tan impresionantemente vivo... que se me ocurrió que podía venir un OVNI y hacerme esa del tipo que vuelve con la barba crecida, y entonces tuve que apretar chala, jejeje.

El video que encontré en YouTube es pésimo al lado de la canción original (que está en un álbum llamado "Shape"), la que no encontré. La gracia de la primera (para mi gusto) es que, de fondo, hay casi un silencio sepulcral.

Como en el cielo.



15. “Cry”, de Ray Charles.

Esta canción es sencillamente espectacular. Es el seco de Ray Charles, con su tan expresiva voz, hablando de cómo es natural llorar cuando un amor le dice a uno adiós.

Yo tuve dos malas experiencias amorosas, en Australia. Una, al reencontrarme con un chileno del pasado en Sydney, al que siempre había querido, y que estaba pololeando con otra. A pesar de que fue rico vernos como amigos, por supuesto que sentía cosas, y al final dejamos de vernos por eso (además igual “no era adecuado”) (“no puedo evitar ponerlo entre comillas”, jaja).

La segunda fue con mi pinche francés, Rom. Estuvimos juntos cerca de dos meses, como conté antes (canción 7) y se acabó abruptamente, como también conté antes. Fue algo mucho más corto y menos significativo, pero uno tiene a su corazoncito, y necesita hacer cierto duelo e identificarse con algo, con alguien.

En ambas ocasiones, escuché la canción. En la intimidad de mi soledad, Ray hablándome con ternura, diciéndome cosas como que “if your heartaches seem to hang around too long” (si el corazón te duele hace demasiado tiempo), hay un sol luego de esas nubes… si uno puede llorarlas (o algo así), todo con un coro de personas enfatizando cada dicho, muy típico de esa época, todos alegres y comprensivos y ayudando a que uno saliera adelante a fuerza de pura música.

Allí estaban Ray y su pandilla aceptando la situación y convirtiéndola en belleza.

Esta canción se mantuvo durante todo el viaje en mi lista “Lalala”, en parte para recordarme cómo está bien ser libre y tener sentimientos (lo que es un poco lo mismo), y en parte porque simplemente me gusta.



16. "Death II", de Pulp.

Pulp es uno de mis grupos favoritos, y cuando lo escucho por alguna razón me siento poderosa, y peligrosa, y sexy.

También me encanta salir a caminar, sola con mis pensamientos y lo hago casi cada día, y como Australia (y Nueva Zelanda) son muy seguros, a veces iba a hacerlo después el carrete, a altas horas de la noche.

Esta canción era una de las ideales para eso. Además de que tiene buen ritmo, la letra es provocativa e interesante. Una de mis partes favoritas es cuando dice “pensé que esta noche jamás iba a terminar”, lo que me hacía recordar algunos momentos malos vividos en Chile que también pensaba que jamás iban a terminar, pero que lo habían hecho… y eso de algún modo me hacía sentir aún más peligrosa y viva, totalmente despierta y caminando bajo la noche oscura, alerta mientras los otros dormían. Y hay otras partes provocativas e interesantes, largas de discutir aquí.

Pulp y yo salíamos casi cada noche, a hablar de cosas importantes.





17. "Donde caen los sueños", de León Gieco.

Esta canción es de una película bélica argentina, “Iluminados por el fuego” y en realidad trata de la muerte, pero no necesariamente de la física, sino que de la de los sueños de aquellos soldados de entonces, los que fueron mandados a las Malvinas… pero cuando yo oigo a Gieco entonar “voy en busca de un descanso que me llamó” y otras frases del tipo, su voz es tan suave que se me vienen a la mente la tranquilidad y felicidad de poder dejarlo todo, y de estar lejos... en especial cuando repite “me voy, me voy”, que en su enfatizar pareciera denotar cierta alegría, aunque no haya sido su intención. 

Gieco también dice “bálsamo de los días vividos”, “voy donde se apaga el fuego”, “historias escritas con el corazón” y todo con una voz, ya lo dije, tan, tan dulce, tan ajena a cualquier resentimiento que dan ganas de llorar… es como la voz de alguien que ha encontrado un oasis, un oasis merecido y que ya no tiene rencor por nada ni por nadie. 

Así me sentí yo cuando pude partir, ni siquiera al campo, que fue donde más la escuché, sino que a Australia mismo (y alrededores)… como una oportunidad preciosa de cambiar de aires y de respirar diferentemente, un poco como morir, y nacer de nuevo.

Es una preciosura de canción y para mí no habla de nada más que de la paz… pero de la paz y los nuevos mundos, dentro de este mismo mundo, sin tener que ir más lejos. 

Es de esas canciones que me hacen soñar.



"Horal", otra de Gieco, de la misma peli, y que también aplica.



18. "Down Under", de Men At Work.

La canción aussie por excelencia, hecha además por una banda local, ¡qué gran hit! Es alegre, lúdico, con personajes que dialogan y dice cosas específicas y graciosas como “vegemite sandwich” (huácala) (es muy malo, jaja). A mí siempre me gustó mucho, y siempre fue una de mis canciones favoritas a la hora de subirme el ánimo, o de simplemente bailotear, incluso de mucho antes de saber que iría a Australia.

Por pudor traté de no mostrarme demasiado emocionada con la canción una vez que efectivamente me trajo allí, ni de tararearla demasiado en las calles… pero rápido descubrí que, como es una tema ícono del lugar, la tocan casi en cada bar, y siempre con una sonrisa, como un homenaje... así que no estaba mal unirme al cántico, y de hecho era lo que se esperaba.

Uno de mis homenajes favoritos fue durante mi segunda estadía en Cairns, en mayo/junio. Hubo un festival casual en la plaza frente al mar, y un grupo de aborígenes octogenarios la interpretaron con instrumentos hippies.

Eso me encantó. Estos aborígenes eran parte de la identidad aussie, cosa que no siempre ocurre, y  cuando tocaron el temazo con sus propios instrumentos, sentí que enfundaban con su propio espíritu esa parte de su cultura. Además, todo fue casual, y hacía un calor rico, y yo escuchaba la canción con unos amigos alemanes, entre ellos Strom, un semi-pololo que tuve, tendida en el pasto y comiendo helado. Fotografía casi vergonzosa de la felicidad.

Otra versión que me hizo muy feliz fue una que me tocó escuchar en un bar en las islas Gili, Indonesia., algunos meses antes Fue chistoso y llamativo escucharla en mi paréntesis vacacional (un viaje dentro de mi viaje). Entonces era febrero y todavía no decidía si volverme a Chile en marzo, y dejar la experiencia como la de unas vacaciones regulares o si quedarme más y vivir allí, y fue como si Australia me dijera “ya po, vente luego y quédate”. Yo lo tomé como una señal. Una señal de amor.

Y dije que sí.



19. "Easy Living", de Billie Holiday.

La Billie Holiday me gusta mucho, y tiene varias canciones, suaves y emotivas, que me gusta mucho cantar. Ésta, en particular, la tuve en mi rotativa durante el viaje solo porque encontré tan dulce que dijera “it’s so easy to live when you are in love, and I’m so in love”, lo que viene a ser algo como “es tan fácil vivir cuando estás enamorado, y yo estoy tan enamorada”. Encontré tan simpático y auténtico que tratara al amor con esa realidad, porque es cierto que - bien - emparejado es más fácil vivir, aunque uno tenga que hacer como si no por todo eso de la independencia, y de lo peligroso que puede ser estar demasiado apegado a los demás (como si por eso, en su momento, uno se apegara menos).

La Billie Holiday es bacán, tanto que en Blue Topaz, mi tercer (y más largo) alojamiento en el campo, vivía en una casa rodante y en ella encontramos a un ratoncito.Y con mis roomates decidimos darle su nombre.

Yo no era la única admiradora.



20. "Él", de Azúcar Moreno.

Ésta debe ser una de las canciones más hot y cachondas que se hayan escrito jamás. Me acuerdo de cuando la ponían en una teleserie chilena, ¿Brujas?, donde estaba la Carolina Arregui con Zabaleta y cada vez en que estaban juntos aparecían estas señoras (porque son unas señoras) cantando “se me derrite la boca cuando él me besa”, “se me derrite la piel si me toca él”, y otras frases del tipo, jaja, casi porno. Bueno, es que con Zabaleta cualquiera.

¿Quién no querría vivir un amor así?

Esta canción la escuché a lo largo de todo el viaje, exclusivamente porque la felicidad de las señoras se me traspasaba, y me hacía sentir feliz también a mí.



21. "Eleanor Put Your Boots On", de Franz Ferdinand.

Mi querida Elaine. Fue mi primera gran amiga durante el viaje, una irlandesa pelirroja y adorable que conocí en Sydney y con la que fuimos roomates durante un mes. He hablado de ella antes.

Como me pasa comúnmente, al hacernos amigas tuve que ponerle una canción, pero no conocía a ninguna con Elaine, así que debí improvisar con ésta. Ella se dio por satisfecha, explicando que le iban a poner Eleanor en primer lugar, en honor a una abuela que tenía, “such a nasty lady”, agregó. Ante mi cara de respetuoso shock, me dijo riéndose que en realidad ella no era así, sino que solo un poco “moody” (temperamental). A la Elaine le gustaba escandalizarme: era parte de un juego que teníamos.

Ahora ella ya no está, al menos aquí, ya que murió apenas un mes después en un accidente. Pero, cada vez en que escucho esta canción, la recuerdo… y eso es algo bueno. Porque la canción es tan alegre como lo era ella… o como lo sigue siendo, en aquel lugar que aún no podemos tocar.

Sin embargo, claro, una persona es mucho más que una canción.


PD: Hay un videoclip oficial de este tema, pero no quise subirlo porque acabo de ver que en él la protagonista se pasa la primera parte completa buceando, y la Elaine justamente murió de esa manera. Imagino que puede ser una especie de señal de que ella está bien... pero igual se me revuelve un poco la guata ponerlo. Tal vez sea muy luego.


22. "Ella me levantó", de Daddy Yankee.

Un poco de reggaetón en las tierras australianas. Allí nadie lo conocía, no del tipo que ponen aquí. La música que bailan es algo parecido al electro/dance, así que no difiere demasiado del estilo que el reggaetón tiene… pero aunque en las fiestas a veces ponen canciones muy buenas, es repetitiva, ya que se usa que pongan las mismas canciones una y otra vez, como una rotativa.

En ánimo de cambiar un poco, puse esta canción un par de veces en público, y por lo general causó conmoción. A la gente le gustaba que fuera en castellano, porque lo encuentran sexy, aunque aquí no lo hablan tan sexy, lo que luego los decepcionaba... pero también tiene ritmo, y esa parte chistosa donde dice “llora, llora”, que es mi favorita y que cuando explico lo que significa, a veces se convierte en la favorita de otra gente también (es que es muy chistosa). 

A mí me gusta mucho.

Lo puse en muchos lados distintos, y la semi-bailé muchas veces, sola, en mis caminatas… pero mi recuerdo favorito es el que tengo con Peter, en Bali, Indonesia, casi al comienzo de mi viaje. Peter es un sueco que conocí en las islas Gili y con quien tomamos un ferry desde allí a Bali, que al final casi naufraga en medio de una tormenta superlativa. Éramos amigos y hasta un poco pinches, pero pinches hasta por ahí nomás porque aunque nos mirábamos y viajamos un par de días juntos, con otro amigo más, al final nunca pasó nada.

Esa tarde, para tranquilizarnos y compartir, decidimos escuchar juntos la música del Ipod, y siguiendo un impulso innovador, Peter me pidió que le pusiera algo más latinoamericano. Y yo obedecí.

Lo que omití antes (escribí de esto en su momento) es que esa música le cargó. Y que aún así hizo algún torpe movimiento de semi-baile con los hombros, diciéndome que le había encantado, con una sonrisa toda europea y anhelante, todo en medio de la tormenta más grandiosa y terrorífica que yo haya visto jamás.

Todavía me río un poco cuando lo recuerdo. Ese Peter encantador.




23. "En mi sueño", canción con que se termina el monito "Sailor Moon".

En Stanthorpe (campo), alojé en tres lugares distintos. Primero, en el backpacker oficial del pueblo, luego en una casa en medio de la nada con puras mujeres, y por último en Blue Topaz, parque de casas rodantes, en donde compartí una de ellas con dos japonesas, Risako (que se dice Lisako, porque los japoneses no pronuncian la “r”) y Manami. En principio, porque igual después hubo rotativa y al final la Manami fue mi única compañera estable.

Las japonesas eran medias tímidas, pero con el tiempo nos hicimos amigas. Eran buenas para ver animé, y una tarde nos pusimos a hablar de cuáles habían llegado a Chile. No coincidimos en ninguno. Yo no cachaba los que ellas me nombraban, y ellas ni siquiera conocían  "Candy”. Hasta que salió el tema de la Sailor Moon, y resulta que yo tenía en mi Ipod el tema con que termina. Ellas no lo podían creer.

La verdad es que fue una casualidad (por así decirlo) muy feliz, porque nos sentimos muy cercanas unas a las otras. Ellas con el orgullo de que su cultura hubiese llegado a mí tanto tiempo atrás, y yo con el orgullo de que me hubiera llegado, jaja. Hasta cantamos la canción juntas, ellas en japonés y yo en castellano, muy internacional.

Luego y a raíz de eso, les di una charla sobre lo que pensaba de las proporciones animé, y cómo si fuesen ciertas, esas mujeres serían monstruos… pechugas tan pesadas que se les rompería la espalda, piernas tan flacas que no las sostendrían y etcétera. Y para finalizar mi speech, dibujé una Sailor Moon y le puse “Sailor Monster”.

Y entonces creo que nos reímos por lo menos media hora.



24. "Esta canción", de Silvio Rodríguez.

Yo sé que Silvio tiene mala fama, pero esta canción (valga la redundancia, jaja) es lindísima. Y es de esas que he tenido pegada tanto tiempo, que no debería calificar para este humilde soundtrack australiano y amigos.

Pero resulta que la estaba cantando cuando terminé de flechar a mi francés. Entonces estábamos en la playa de Tamarama, Sydney, en la noche, sentados conversando y compartiendo un chal (aw). Apenas nos conocíamos desde hace unos tres días, y en un momento de relajado silencio y como para mí misma, tarareé tranquilamente la canción.

Al terminar, el silencio se hizo sepulcral. Fue como si hasta el mar se hubiera callado, tanto que busqué la mirada suya y entonces me lo encuentro mirándome de vuelta – contemplándome – con una cara tan impresionada que hasta me asusté. “Were you singing?”, balbuceó, luego de algunos segundos de torpeza, como sin ocurrírsele nada mejor que decir. En sus ojos se leía una ternura inmensa y hasta un poco de terror.

En ese momento no solamente se derritió él, sino que también yo.

martes, 20 de diciembre de 2011

Banda Sonora OZ y alrededores, parte 1.

A mí me encanta escribir de música, así que como bonus track de este blog voy a publicar una simpática lista (y pequeño análisis) de las canciones que más me acompañaron durante mi mítico viaje a la Oceanía y alrededores. Tal viaje incluyó, para los desmemoriados, Australia, Nueva Zelanda e Indonesia, y duró de fines de diciembre del 2010 a mediados de julio del 2011. En esta tanda.

Como todos ustedes saben, uno va por la vida moviéndose con cierto soundtrack (o banda sonora), y aunque muchas veces esas canciones son irreproducibles, porque no existen de un modo popular, o simplemente son una mezcla improvisada y poco culta de muchas otras, en ocasiones tenemos la suerte de que sí podemos alcanzarlas en un tema específico, a guardar en el Itunes, listo para ser escuchado… a veces una y otra y otra y otra vez, ante el espanto de los cohabitantes, cuando carecemos de audífonos o no nos da la gana usarlos.

Quiero, entonces, poner aquí las canciones que me acompañaron durante este corretear. Fueron más de 100 las que tuve pegadas en mi cabeza, pero decidí reducir la lista a 60 que quizás fueran las más significativas dentro del viaje (porque aparte hay algunas que tengo pegadas desde el inicio de la humanidad). Eso sí, no están expuestas ni por orden de importancia, ni por orden cronológico de cuándo me dio con ellas, sino que en orden alfabético para facilitarme la vida, y también para hacer un efecto de collage.

Con esto me refiero a las canciones que yo escuché en mi Ipod, no a las que hice a otros oír… porque sí le di duro a la guitarra, tocando canciones de Silvio Rodríguez, y Paul McCartney, y Seru Girán, y REO Speedwagon (jaja), pero mis versiones eran tan distintas a las originales que mejor ni las puse. Solo les queda imaginar. O recordar, quienes tuvieron la suerte de escucharme en acción, jejeje. 

Voy a publicar las canciones en 5 posts, de 12 canciones cada una (sin contar bonus tracks). Sí, la gran mayoría son en inglés, pero es que uno se retroalimenta de la cultura circundante… pero también hay en francés, portugués, italiano, alemán y, por supuesto, castellano. Yo opino que va a ser un listado muy interesante, y que pueden aprovechar de actualizar sus listas de música. Aunque la música del Ipod es tan pero tan personal…

Así pues, aquí vamos:

1.  "Another Sunny Day", de Belle & Sebastian.

Es una canción alegre en su melodía y ritmo, que se me pegó solo porque me tocaron días soleados, uno tras otro y tras otro, especialmente en Cairns, norte tropical de Australia, y mi subconsciente es muy literal a la hora de canturrearme. Eso sí, la canción es solo alegre en la melodía y ritmo, porque si uno escucha la letra habla de un amor que se termina (así un poco como pasa con la canción de la Whitney Houston “I will always love you”, con la que la gente se casa, y resulta que en ella no terminan juntos).

Esta canción además es muy fácil de sacar en guitarra y de aprender, lo que hizo que la usara mucho a la hora de lucirme con los compañeros de turno. Para mi sorpresa, casi nunca cachaban a Belle & Sebastian, que viene a ser un grupo de culto – y en especial de culto taquilla y alternativo – en Chile… así que pude chamullarme la canción entera, dejándola en general con un final mucho más alegre que el original, jejeje. Aunque a veces dije cualquier cosa.

Ahora me recuerda la feliz templanza de esos días tan soleados, aunque a veces eran tan soleados que amenazaron con hacer caer mi piel a pedazos (y de hecho, a veces, fueron más allá de la pura amenaza).



2. "Anny", de Leonardo Favio.

Una parte importante del viaje la hice junto a la Anne, una holandesa a quien conocí en el campo. Entonces nos tocó ser coleguis en la recolecta de tomates, y no pasó mucho antes de que nos hiciéramos amigas, al principio por necesidad (alguien que te acompañe a hacer dedo, que comparta gastos de cocina) y muy luego por afortunada afinidad, tanto que luego del campo decidimos mochilear juntas por unas semanas. La verdad es que era - y es - adorable.

En mi amor fraternal me preocupé de enumerarle todas las canciones que podían mencionar de algún modo su nombre. La principal fue "Ana" de GIT , que le gustó al principio, pero cuando me pidió que le tradujera la letra dejó de hacerlo (esa Ana no es una persona muy feliz). Entonces se me vino a la mente el "Anny" de Favio, que me dio por repetir una y otra vez, en especial a las horas de espera, sacando los tomates, o haciendo dedo en la calle, o esperando pacientemente a que ella terminara de secarse el pelo para salir (odisea).

El diminutivo común que le hacían a la Anne era "Annetje", por lo que pensé que no iba a funcionar, pero me contó que en su casa le decían así y se emocionó un poco, y yo ahí repitiendo una y otra vez la tonada. No sé porqué me agarró tan fuerte, tal vez porque viajamos mucho juntas, porque en verdad la canté muchísimo, tanto que hasta yo tenía ganas de hacerme callar.

Por suerte, ella se mostró encantada, y tomó la obsesión de mi mente como un acto genuino de amistad (que lo era, pero no a ese nivel loco), y hasta trató de aprendérsela. A su vez prometió pasarme unas canciones holandesas de su laptop, pero se le inundó la carpa donde dormía en el campo, murió el laptop y hasta ahí llegamos con eso. Por ahora.



Como bonus track, el "Ana" de GIT (que en verdad se llama "La calle es su lugar").



3. "Aria Ario", de Paolo Meneguzzi.

Sí, sé que esta elección podría escandalizar a muchos, jaja. Se me pegó cuando estaba en Stanthorpe (el campo), alojando en Blue Topaz, el parque de las casas rodantes, y tenía a este grupo de amigos italianos con los que cocinábamos juntos. Una noche nos dio por hablar de música y ellos me preguntaron a qué italianos conocía, y para su espanto les dije a la Laura Pausini, Paolo Meneguzzi, y Andrea Bocelli, al principio un poco para molestar, luego más en serio (de verdad me gustan muchas de sus canciones). Como pasa en casi todos los países con los que un músico es popular fuera, sus compatriotas encontraban que representaban a lo peor de su patria, aunque algunos apreciaban al último, y así pusieron los ojos en blanco cuando se los canté, improvisando yo incluso un baile casual. 

Luego les mencioné a Domenico Modugno, Gianni Bella, Franco Simone, Matia Bazar, Massimo Di Cataldo y a algunos ni los conocían. Para mi sorpresa, el único que no fue abucheado fue Gianluca Grignani, el que canta “Mi historia entre tus dedos”, una canción que a mí me gusta pero que sé que es muy pop.

De todos modos, mis amigos no supieron recomendarme a otros italianos, excepto a unos electrónicos cuyo nombre no retuve (los italianos que conocí en general son muy electrónicos) (todos los europeos, en realidad).

Ellos no conocían absolutamente a ningún cantante chileno.

Luego de esa noche, como era un tema prohibido, casi cada vez en que los veía me ponía a cantar el “Aria ario”, sin darme cuenta. Al principio se enojaban un poco, pero cuando vieron que era mi amistoso subconsciente, empezaron a aceptarlo y a veces hasta lo cantaban conmigo. Sospecho que algunos llegaron a tenerlo un poco pegado, incluso, al final. Yo misma estuve cantándolo incesantemente al menos unos tres meses luego de eso. Y todavía a veces.

Igual admito que a mí me sigue gustando Paolo Meneguzzi, aunque más “Un condenado te amo”, o “Eres el fin del mundo”, jeje. Mi elección tal vez sea obsesiva, pero no es un error de mi subconsciente.



"Un condenado te amo"



"Eres el fin del mundo"... jeje.



4. "Aquarela do Brazil", de Joao Gilberto.

Otra vez, obra de mi subconsciente, junto a un gusto por el bossa nova, porque es tan pero tan dulce y tranquilizador, casi una terapia. Cada vez en que vi a un brasilero, automáticamente me puse a cantar esta canción, junto con “Garota de Ipanema” o “Insensatez”, aunque ésas menos. Como conocí a muchos brasileros (aunque a pocos portugueses) esto me pasó por lo menos cuatro veces, y en todas me duró harto. Al principio ellos se ofendían pensando que lo hacía a propósito, para molestarlos, pero luego veían cuánto en verdad me gustaban estas canciones y se emocionaban.

Sin embargo, uno de los recuerdos más graciosos que tengo con esta canción es el de estar en Kuta, Indonesia, cantándola medio bajito en medio de la calle, y que entonces un local que se me cruzó cantó un fragmento. Lo que es la globalización.



Mi versión preferida de "Insensatez", por Lisa Ono.



5. "Baby’s Coming Back To Me", de Jarvis Cocker.

Ésta me encanta. Es positiva y dulce y me queda justo al tono, y además Jarvis Cocker podría ser de las voces más sexys que he oído jamás.

Fue como a un mes de volver a Chile cuando empezó a sonar dentro de mi cabeza todo el día, incesantemente, como en rotativa. Cuando me pasa esto en algún momento tengo que preguntarme el porqué, y entonces me di cuenta de que era porque yo iba a volver, y quizá estaba cantando a través de los familiares y queridos que ya me estaban esperando: era el modo en que estaba queriendo que ellos me quisieran, con amor y ternura e incandescente felicidad. 

Yo iba a volver a casa.



6. "Baby", de Justin Bieber con Ludacris.

Esta canción es simplemente pegote, y además bastante buena. Mi parte favorita es cuando canta Ludacris, o más bien rapea, parte que me sé de memoria. Es una canción que me pone alegre, aunque el tema sea más o menos trágico.

Además de ser una canción pegote, es una canción de la que igual no habría podido desprenderme puesto que es un gusto común y la tocaban en todos los lados, no solo en las fiestas producidas, sino que también en las pequeñas juntas con amigos casuales. Grande fue mi alegría cuando descubrí que yo no era la única que se había aprendido la parte del rap, la cual canté al unísono con compañeros casuales (o no tan casuales) tanto en Cairns al principio, como en el campo, como en Nueva Zelanda, como a lo largo de todo el viaje, incluso en Indonesia.

La parte que más me gusta es cuando Ludacris dice algo así como “She knows she got me dazing, ‘cause she was so amazing, and now my heart is breaking, but I just keep on saying”… parte que todos acordamos dinamizar con las piernas flectadas y cara de sufrimiento, justo antes de llegar al “baby, baby”, coro en donde los ruegos de amor se cambian para hacerse alegres y chistosos.



7. "Bad Romance", de Lady Gaga.

Esta canción opino que es una joya, quizá la mejor de Lady Gaga, y eso que tiene muchas canciones buenas. Opino que es un gran acierto que solo levante la voz una vez al final cuando dice “I don’t want to be friends”… que sea la única vez que lo hace, convierte a ese ruego en una súplica de verdad… le da toda la intensidad que le quitaría si fuera repetitivo. Yo espero casi toda la canción solamente para llegar esa parte, aunque sea entera buena.

A mí me dio por escucharla desde Bali, Indonesia, cuando al fin logré bajarla en un restorán de mala muerte con wi-fi gratis. Luego me dio por oírla cuando iba a caminar, en Sydney. Y entonces me pasó algo divertido: Conocí a Romain, un francés guapísimo con el que anduve medio pololeando casi dos meses, en los que fuimos bastante felices… hasta que lo descubrí con otra en los matorrales en el parque de casa rodantes donde estábamos quedándonos. Para esa altura ya estábamos en el campo, al cual me había convencido de ir porque podía ayudarme a encontrar pega, y podíamos estar juntos, y etcétera.

Luego de eso vino en la parada de que fuéramos amigos, aunque luego quedó claro que no podíamos serlo, y poco después yo me fui a viajar con una amiga y dejamos de vernos. Así que, chao pescao… pero entremedio me dio por poner y poner esta canción, aunque yo misma no entendía mucho porqué dado que, sí, el franchute me gustaba, pero siempre supe que no iba a durar demasiado (además de que estábamos en la experiencia de la work and holiday, yo tenía 7 años más que él). Por supuesto que había herido mis sentimientos, pero tenía que haber algo más.

Quien descubrió qué, fue Manami, mi roomate japonesa del campo. Yo figuraba cantando la canción a voz en cuello y con los ojos cerrados una tarde cualquiera en nuestra casa rodante, y ella se rió con cara de comprensión porque pensó que estaba diciendo “bad Romain”, en vez de “bad romance”, jajaja, y empezó a decirlo conmigo, moviendo el índice derecho como enfatizando “very, very bad”, jaja. Y entonces entendí. Y la cantamos juntas, con ese sentido, y desde ahí que siempre me recuerda a él. Y a ella, diciendo “Loman” y siendo mi cómplice.

En todo caso es una canción buenísima.



8. "Barbra Streisand", de Duck Sauce.

Ésta es simplemente adorable. Es un homenaje que le hicieron a la Barbra Streisand, un grupo muy taquilla, y no solo el video es buenísimo, sino que la canción es muy buena, y tan bailable.

Además, a mí me cae chancho la Barbra Streisand.

Se puso de moda a mediados de mi viaje, y me causó mucha gracia el modus operandi de la canción, porque es chistoso y canchero, pero fue desde Nueva Zelanda cuando más la tuve pegada. Es que Scratch, el guía y conductor del tour de 14 días que tomé en la zona, inventó un juego durante las largas horas de carreteras, en donde cada vez en que la canción decía "Barbra Streisand" (muchas), teníamos que decir todos, en voz alta, el nombre de una película. Suena fácil, pero era muy difícil. Aún así, luego incluimos otras categorías como cantantes, países, y etcétera, embalados y suicidas.

Lo gracioso del juego es que todos gritábamos al mismo tiempo, entonces nunca podíamos saber si alguien había hecho trampa o no. Al final era una especie de exorcismo comunitario.



9. "Brothersport", de Animal Collective.

Esta canción yo creo que se me pegó por el solo hecho de que dice “You’ve got a real good shot” (tienes una muy buena oportunidad), luego de repetir muchas veces “open up, open up, open up your throat” (abre, abre, abre tu garganta), que yo entendí como abre tu corazón (suena similar). Más tarde busqué la letra y no se refería exactamente a lo que yo creía, pero sí parecido.

De todos modos, es una canción insistente y muy alegre, y yo creo que se me pegó porque era mi interior chillando de felicidad por tener tal oportunidad de ir a recorrer el mundo… de vivir esa experiencia, aprender cosas, conocer gente, poner en práctica teorías personales, y etcétera… y así cada vez en que me sentía un poco desanimada y en que me iba mal, ponía esta canción, y recordaba que la presencia de esa oportunidad, tan lejos de todo y yo con tanta facilidad para reinventarme… era el momento perfecto para practicar tantos nuevos hábitos y costumbres en mí. ¿Qué importaba si me caía, o si me equivocaba garrafalmente? Yo podía hacer cualquier cosa. Estaba demasiado lejos de todos los que conocía. Era más libre que nunca de ensayar y errar. Tenía todo el espacio y la privacidad del mundo para aprender de los demás y de mí misma.



10. "Chanson pour Pierrot", de Renaud.

Otra vez Rom, el francés guapo. Estábamos recién pinchando, y yo quería aprender su idioma. Para enseñarme, puso algunas canciones de Renaud en su radio portátil, un cantante franco muy popular en su propio país, pero del que fuera se sabe poco. Las canciones eran delicadas, profundas, interpretadas por una voz rasposa y a la vez suave, y Romain me las fue explicando una por una. Era la tarde/noche, estábamos una plaza en Sydney y había mucho viento así que no había nadie más que nosotros allí, un poco forcejeando con las comunicaciones internacionales, porque su inglés era muy malo, y mi francés aún peor.

Pero la música es universal, y también los dramas humanos, por lo que cada canción inundó el lugar de sentimiento de todas formas. Una de ellas Renaud la escribió a un amigo que se iba a suicidar porque la polola lo había dejado, para convencerlo de no hacerlo. Para mi sorpresa, Romain, a sus 22 años, parecía saber exactamente de lo que el desamor se trataba, porque me explicó esta historia compartiendo un brillo especial, como de haber sufrido. Yo no quise conectar porque encontré que era prudente omitir esos temas tan temprano en el partido, aunque concedí un "oh, that's terrible" y entonces intercambiamos cierta mirada cómplice.

Esa canción no sé cuál es, y como aún no sé francés, no puedo buscarla por la letra, pero puse la "Chanson pour Pierrot" que es lejos de mis favoritas, aquí, y es que desde entonces Renaud pasó a ser parte de mis listas musicales. Eso sí, debí esperar meses para bajarlo, por falta de internet. Aunque mejor, porque mi francés igual después me hizo sufrir.

Cuando dejamos de traducir canciones, me puse a hojear un manual que él tenía de francés/inglés, de esos típicos ideales para viajar, que ponen las frases perfectas que decir en cada situación social. En la sección de fiestas, leí en voz alta algo que podría traducirse como "no conozco a nadie en este lugar", poniendo cara de fingida timidez, inflando mis plumas en medio de un juego coqueto. "Pero me conoces a mí", replicó el franchute con total seriedad, mirándome fijamente, casi como una súplica. Y Renaud todavía cantando de fondo.

La verdad es que, en su momento, fue un sueño.



"Mistral gagant", otro temazo.



11. "Chasing Cars", de Snow Patrol.

Era marzo en Sydney cuando yo buscaba pega infructuosamente. Estuve un mes entero allí y solo obtuve un trabajo casual en una fábrica.

Entonces fue la primera vez que compré internet, uno al que se puede acceder desde un pendrive que se conecta, y así aproveché de bajar los capítulos nuevos de Grey’s Anatomy, que me acompañaron en esa espera. Eran tardes veraniegas y lluviosas, muy agradables, y yo disponía de un par de horas al día para dedicarme a esos pequeños placeres mundanos… tiempos relajados, sencillos y todavía muy nuevos, dentro de lo que fue Australia.

Así fue como me tocó ver un capítulo que lo hicieron musical, en donde cantaban esta canción. Al principio no me gustó mucho, porque la encontré media mamona (“muéstrame un jardín que esté a punto de explotar de vida”, dicen en inglés en una parte) y sin mucha relación con el tema tratado en el capítulo, y aparte también cantaron una versión de “The Story” que era tan buena que en principio capturó toda la atención disponible… pero luego me di cuenta de que la canción sí me había agarrado porque se me había pegado (evidencia), y así la puse en la lista “Lalala” de mi Itunes, que es donde pongo las canciones que estoy escuchando más en el momento, y que quiero repetir harto.

Tres meses después, en Nueva Zelanda, resultó que era de las favoritas de Scratch, el guía y conductor del gran tour por NZ, quien la cantaba casi todo el día. Eso me causó gracia, porque era una canción tan romanticona y él parecía tan recio y tan macho, pero quizá le había pasado lo mismo que a mí (no porque yo sea recia, sino que porque la canción me conquistó) y sin mayores explicaciones terminamos cantándola juntos en las largas horas de carretera.



Además, voy a agregar (para los curiosillos), la parte de Grey's Anatomy donde la cantan.



Y la versionaza que se pegaron de "The Story", ejalé.



12. Chinese, de Lily Allen.

La Lily Allen tiene una voz tan suave, delimitada, dulce y melódica. Me encanta. Durante gran parte de viaje estuve cantando sus canciones, en parte porque me quedan muy al tono, en parte porque me gusta jugar con ese estiloso acento inglés… pero fue en Darwin en donde más la canté, o quizá en donde más me dio consuelo.

Darwin fue el primer lugar en el que me instalé en Australia, luego de una odisea aeronaútica de Santiago, a Auckland, a Sydney, a allí… sin parar a dormir en ninguna de esas partes. Como queda en el extremo norte del país, casi en Indonesia, y era pleno verano, me recibió con un calor absolutamente tropical, 36 grados a la sombra, y lloviendo y luego despejándose por lo menos unas cuatro veces al día. Un lugar caliente e intenso.

Apenas en mi segundo día de llegada se me echó a perder la cámara, por lo que la dueña el hostal me mandó a arreglarla a una picada. Para llegar a ella, tuve que tomarme la micro como cualquier hijo de vecino, y recorrer sus calles como si fuera mi propia ciudad. Como Darwin es grande y me mandaron lejos, me tomó la tarde completa ir y volver, así que ese día fue todo lo que hice… eso y ver todo tipo de barrios, deslizándose ante mi vista la panorámica del lugar, y yo con la extrañeza de encontrar un lugar que es selvático y verde, lleno de aborígenes, pero que a la vez está copado de personas tan blancas y de casas de estilo tan europeo. El contraste era muy grande y a la vez muy interesante de entcontrar.

Ese día fue el calor inmenso, en cada micro que tuve que tomar, y en cada paradero… pero la Lily Allen con su voz delimitada y melódica, domesticando esa expansión tropical y haciéndome sentir chic. Era algo fresco que escuchar en medio de esa exuberancia caliente. Un consuelo británico y estiloso, paseando conmigo a través del mundo.

Elegí “Chinese” de tantas otras que tuve - y tengo - pegada (muchas) porque es tan romántica, y porque simbolizaba un poco ese anhelo de hogar que todos tenemos, aún cuando andemos patiperreando un océano más allá de lo que queda nuestra casa.



"Who'd Have Known", otra de esas romanticonas.



"Fuck You", una canción agresiva y juguetona (no relacionada al amors).

martes, 13 de diciembre de 2011

Últimos días en OZ

Y estamos en el post final de mi viaje a Australia, ¡noooo! jajaja. Del viaje mismo, porque luego vienen unos posts sobre la banda sonora que tuve a lo largo de esos meses, que ya están listo y que me quedaron muy buenos, ejalé. Es que a mí me encanta escribir de música.

Además, tal vez retome el blog ¡cuando vuelva a viajar! Aunque vaya a saber una cuándo va a ser eso (mis finanzas aún no me acompañan) (pero eventualmente lo harán).

Bien, y ahí que estaba yo de vuelta a la tierra de los canguros, exiliada ya de Nueva Zelanda, ¡la Nueva Zelanda que me puso problemas al entrar y que luego no quería dejarme ir! Lista para la última tanda australiana antes de volver a Chile, una tanda muy corta (menos de 20 días). Llegué por Brisbane desde las tierras kiwis, pero estaría allí solo de paso... ya que mi destino era Byron Bay, ¡Byron Bay, la playa de los surfistas, al fin! Una preciosura taquilla a la que no había podido ir antes. Por motivos diferentes y largos de explicar, no se había dado.

¡Pero ahora sí! Y estaba fascinada. Había decidido dedicarle a Byron Bay por lo menos DIEZ DÍAS, el mayor tiempo dedicado jamás a un destino que no fuese laboral… en parte para poder realmente descansar y desconectarme antes de mi regreso a Chile, ya muy cerca. Luego de esos días, mi intención era pasar a ver a mi amiga Cake a Brisbane durante el último finde, para luego pasar los días finales en Sydney, lugar desde donde volaría de regreso a Chile. Mi querido Sydney.

Bien, Byron Bay resultó ser todo lo que yo había imaginado y más. Apenas me tomó un par de horas en bus llegar, desde Brisbane, y me recibió como el gran pueblo hippie que es, lleno de vida social, y de supermercados, y de gente agradable. Hay una onda muy artística, con harta música en vivo, y también expediciones a bosques cercanos para aprender cosas como cuáles frutas locales se pueden comer, y hasta cuáles bichos. Otra cosa que me gustó es que el promedio de edad es más alto, mucha gente entre 25 y 35 lo que facilita un poco mis interacciones sociales, aunque pretenda no fijarme en la edad (y a veces sinceramente no lo haga).

Y todo esto, enmarcado en un verdor boscal y hasta floreado. El clima es semitropical y llueve bastante, pero no de forma interminable, y está lleno de pajaros, y de lagartijas casuales, y otros animales simpáticos. Además, hay unas playas muy lindas, y también muy buenas para surfear, y un faro en una roca, blanco y enorme, que además también marca el punto más al este de Australia, y entremedio varios trekkings sumergidos en un bosque que parecen muy lejanos, pero que siguen estando muy cerca de los supermercados y también de la otra gente.

Para ser un pueblo australiano, Byron Bay es bastante grande, pero si lo comparamos con los lugares chilenos, sigue siendo chico, aunque tiene todo lo necesario para el descanso y el carrete… camping, parques, inclusos lugares para ir a hacer skate. Además, está cerca de otros lugares clave, como las playas de la costa este, o como Nimbin, un pueblo enano absolutamente hippie en el interior, donde venden todo tipo de drogas legales (supuestamente ilegales, pero su venta es un secreto a voces).

Ya, estoy escribiendo como si me estuvieran pagando por la publicidad, jaja. La cosa es que llegué a Byron y fue me encantó (¿se nota? jaja). Me instalé, en un comienzo, en el Arts Factory, que es un hostal que está un poco a las afueras de pueblo, pero que compensa que tiene una especie de comunidad hippie, con tal que viene a ser como un pequeño pueblo en sí mismo... lleno de actividades culturales gratis, como tocatas en vivo cada noche, que no solo hacen que sea choro estar allí, sino que también atraen a gente desde afuera. Además, tiene un huerto orgánico, y gente que hace yoga – y lo practica – gratis también. Un lugar muy reconocido y no muy caro, aunque lo compró Nomads, esa gran cadena de hostales taquilla.

Yo me alojé en una pieza con baño y cocina aparte, solo para cuatro mujeres, porque estaba decidida a descansar un poco antes de volverme a Chile y quise evitar las interacciones sociales. Pasé tres días sin atreverme a salir de la pieza, por mi talento para meterle conversación a las personas aunque ni siquiera yo misma tenga muchas ganas de hacerlo (culpa mía), y así solo salí a comprar al súper, o a dar una vuelta por la playa, y si es que.

Aún así, en mi pieza me hice a una amiga, Cassie, una australiana de 21 años, que tenía 1/16 de sangre aborigen australiana, entonces tenía una cantidad de beneficios impresionantes que me enumeró con pedagógica paciencia. Cassie era absolutamente rubia y de ojos verdes, por lo que llegué a la conclusión de que la raza aborigen no tenía genes tan fuertes como habría creído, pese a que ella me dijo que su hermano sí lo parecía, mucho más que ella. La Cassie también me habló del problema aborigen (el cual ha sido un tema recurrente en este blog), y de cómo hace algunos años, los niños de tal origen étnico eran separados de sus padres para ser criados por personas de raza blanca. Eso me pareció bastante animal y me recordó cómo el mundo sigue siendo un lugar tan curioso y polémico, aunque esa costumbre había finalizado ya, se preocupó de aclarar ella.

¿A qué tipo de cultura se le despojan los propios hijos por no estar “a la altura”?, me pregunté. Esto, sin mencionar que sus propios hijos tendrían la misma etnia que sería después discriminada. A no ser que se mezclaran con los de origen europeo, lo que obviamente no sería parte calculada de plan, aunque de cuando en cuando sucediera.

Pero en fin, por otro lado, qué se yo del tema. No manejo los antecedentes suficientes ni exactos. Tal vez educarlos fuera era una buena idea a final de cuentas (aunque el hecho de que al final no funcionara, lo desmiente un poco), o tal vez fue malinterpretado. O tal vez fue una idea horrible. Quién sabe. A la distancia y pese a todo me resisto a tomar posiciones odiosas porque a la larga solo hace que el odio se fomente en el mundo. Solo podemos cambiar el presente, no lo que pasó antes.

La Cassie era originaria de la zona de Sydney, específicamente de las Blue Montains (montañas azules), un parque nacional que queda tan cerca de Sydney, que se puede ir de allí en metro. Vivía en una comunidad hippie, aunque ahora estaba estudiando fuera, con la idea de luego volver a instalarse en la zona. Sus estudios eran para ser masajista, lo que imagino que es una forma de llevarse el espíritu sensible y conectado de la comunidad fuera, dentro de ella misma. El mismo hostal también era una realidad similar. Supongo que al final uno solo se dirige a los lugares atraídos por algo en ellos que también está dentro de uno.

En fin, que con la Cassie igual terminé cambiando mis ideas rígidas de no querer conocer a nadie, porque de tan partner que nos hicimos hasta terminamos yendo juntas al pueblo un día a cotizar aceites para sus masajes, y ella luego practicando en mi feliz espalda (a nadie le falta Dios). Además, me pedía consejos amorosos sobre cómo interactuar con un loco que le gustaba y que tenía mi edad: ella juraba que porque yo tenía 30 las sabía todas (jaja). Pero aún así, la forma en que me vinculé con ella, fue mucho menor de lo que luego me vinculé con Adam.

Adam era (es) un australiano surfista y skater, de 28 años y más de 1.90 de pura buenmozura. Además de eso, es matemático y economista, y está estudiando para ser profesor de media. Lo conocí en una noche en la sala común, cuando yo inocentemente leía el libro más nerd de la historia de la humanidad, tanto así que cuando se acercó para preguntarme el título, lo escondí y le inventé otro (no lo mencionaremos). Él conocía a varios chilenos, de Sydney, de donde en realidad es, y así fue cómo, impulsado quizá por un instinto de hospitalidad, ofreció llevarme en su campervan a Nimbin, el pueblo hippie, durante el día siguiente, de paseo.

Yo dudé en un comienzo, porque tanto tiempo correteando me tenía un poco cansada de la gente, pero por motivos lógicos (guapísimo, me iban a pasear gratis, solo se vive una vez) accedí. Y luego lo pasamos chancho. Como local, no solo me llevó a Nimbin, sino que también a los pueblos circundantes y a algunos otros puntos de interés, como cascadas escondidas, playas lindas y hasta el mall de un pueblo cualquiera, donde vendían la mayor variedad de calcetines del sector (pero porque necesitaba comprar para él). No pasó mucho antes de que la amistad se transformara en un simpático romance, que luego me hizo volver a Chile con el pecho henchido de vitalidad y agradecimiento, por el bonus track de último momento, y también de tan alta categoría.

Es que Adam no solo era – hay que decirlo – una completa belleza, sino que también era increíblemente dulce. Me llevaba al súper y me preguntaba qué quería comer, inventando siempre que él justo quería lo mismo, para luego cocinarlo. Improvisaba canciones para tocarme en la guitarra, me enseñaba - o intentaba - a andar en skate, y a pesar de lo mino que era, como era tímido le costaba mirarme a los ojos… así que hacía esta cosa curiosa como de mirar al cielo, y luego al suelo, y luego a mí por una décima de segundo, solo para empezar el baile de nuevo, sonriendo todo el tiempo con infantil vergüenza... porque sabía exactamente lo que estaba haciendo (o no haciendo). Un lujo de tipo y además de ser mi pinche, mi amigo.

Entremedio, me cambié del hostal Arts Factory al YHA. Es que, pese a toda la actividad, el Arts Factory era demasiado hippie, y sus cocinas las más sucias que había visto nunca (en… mi… vida). Es cierto que yo igual allí tenía una cocina chica dentro de la pieza, pero esa medida preventiva no sirvió, porque lo que tenía de limpia, lo tenían de sucias mis nuevas compañeras, y era todo tan asqueroso que casi pierdo el hambre, lo que en mí es muy preocupante. Además, encontraba que no era buena idea estar en el mismo hostal que Adam. No quería que el romance se apagara tan rápido como había empezado. Era mucho más conveniente que me echara de menos: así luego me invitaba a salir en citas como en la época antigua y cuál de los dos más producido y expectante.

Así que me fui al YHA (hay dos, nunca me aprendí cuál), y me encantó, porque era todo lo que el Arts Factory no era, y eso además ayudó al contraste. Era (es) limpio, preciso, holgado, estaba inserto en la mitad de pueblo, y además tenía unas hamacas que siempre son una alegría para su servidora. Un poco más caro, eso sí, y medio vacío (desierto al lado del otro hostal), y muuucho menos taquilla, hasta con familias con niños… pero con otros beneficios, como el que daban desayuno gratis tres días a la semana, y además había tarde de películas gratis, con popcorn incluido. Y eran producidos para la comida, aparte: el desayuno eran panqueques con mantequilla de maní y/o mermelada, y el popcorn en el cine lo daban en dos tipos: dulce y salado. Nada de cosas a medias y todo siempre calentito y recién hecho. Ñam ñam.

Allí me hice amiga también de James, otro surfista, de 30 años, con la Work and Holiday al igual que yo, que estaba trabajando en el YHA de nochero, y con quien sosteníamos largas conversaciones. Había tenido una polola colombiana, así que estaba feliz de practicar el castellano ahora que ya no estaban juntos, y a mí me gustaba eso que pasa en los viajes de poder preguntarle a alguien casi cualquier cosa, y de poder también contar casi cualquier cosa, sabiendo que el otro no se sentirá amenazado y que posiblemente será sincero… por el hecho de que es casi seguro que las relaciones entabladas serán pasajeras, por mucho que uno quede en contacto por mail y por facebook. Entonces, uno no tiene miedo. Uno puede conocerse más profundamente, en una velocidad inédita para lo que es “la vida real”, lo que si lo pensamos bien es sano también (tener esas barreras).

Fue un intercambio feliz, como la mayoría de los intercambios forjados en el total espíritu de aceptación mutua.

Y de pronto los diez días en Byron Bay ya se habían acabado. Y cuando lo hicieron, me despedí del lugar, y también ya un poco de Australia, con toda la sencillez y dulzura y grandiosidad que el proceso requiere, un poco triste, pero también feliz de haberlo experimentado, y de lo compartido, y también de los pequeños pedazos de gloria inesperada… como fue encontrar, dentro de mi mochila y envuelto en una polera vieja, el aceite para masajes que más le comenté a la Cassie que me había gustado (aunque después me lo quitaron en el aeropuerto), o la poesía improvisada que me mandó Adam un par de días después por mensaje de texto, después de la no-tan-dramática despedida (fue lindo, pero lo teníamos asumido). 

A Brisbane llegué el viernes, y me quedé hasta el lunes en la mañana, donde mi amiga Cake, y su marido, y su guagua, la María, que cuando vi por primera vez en enero era una guagua guagua y ahora ya una niñita, caminando y todo. Brisbane también había cambiado: de la ciudad barrosa que vi en enero, justo después de la inundacion, era una que poseía un río claro, una playa artificial recuperada, y muchos negocios en las calles, casi como antes del desastre (que eso no alcancé a ver).

A esas alturas, yo ya estaba en un estado de cansancio extremo, por lo que solamente compartí la existencia con mis amigos, yendo juntos por el City Cat (barcos tipo micros que se mueven por el río Brisbane), y a la playa artificial, al centro cívico o-como-se-llame… donde paseamos y comimos churros y choclo a mordiscos, muy chilensis, y también vimos juntos películas en las tardes. Además, con la Cake y la María fuimos a Chinatown, el que aún no conocía, y entonces pasamos un buen tiempo revolviendo cosas. Allí fue donde yo debería haber comprado regalos bonitos y baratos para mi familia y amigos, pero había tanta diversidad de oferta que al final me di por vencida y terminé comprando chocolatines en la escala de vuelta en Auckland, Nueva Zelanda, jeje (confieso a Caras).

Mi amiga y su familia se habían cambiado de departamento, y esta vez no me tocó pieza propia (que la otra vez me tocó porque mi amiga y su marido me la dejaron, jeje), sino que compartir con la María… pero la inmensidad del espacio y el dormir con una guagua que huele bien y que hace que uno sea más responsable y se acueste más temprano, siguió siendo de un lujo extraordinario… aunque esta vez me dio un poco de melancolía, al pensar que faltaba menos de una semana para volver a Chile, a mi propia pieza, y que entonces mi vida volvería a cambiar, y vería lujo en otro tipo de situaciones… como en lo que es simplemente sentarse en la sala común de un hostal y conocer a quinientos trillones de personas nuevas en un solo día, y que algunas de ellas nunca vuelvan a ser desconocidos.

Una última cosa que hice en Brisbane y que era muy importante para mí, fue ir al zoológico de Lone Pine y poder tocar a los canguros con mis propias manos. Siempre había querido lograr eso de modo casual, encontrar alguno en el descampado y hacerme un poco su amigui, como les pasó a casi todos mis compañeros de viaje, que hasta les dieron pan o galletas en la mano… pero por algún motivo tanto los canguros como los wallabes (canguros más chicos) me fueron esquivos. Nunca vi a uno silvestre, sino solo la sombra fugaz de alguno que casi nos hace chocar una vez que con la Anne hicimos dedo, o el cuerpo muerto a medio comer de otro, en uno de los sembrados de manzanas… pero ahí en el zoo había muchos, y todos dispuestos a ser tocados por una mano amiga, viviendo allí en parte solo para eso.

Siguiendo un goloso – y predecible – impulso, por supuesto que no solo toqué a los canguros y wallabees, sino que también a los emu y a las ovejas, y a todo animal no agresivo que lo aceptara. Eso sí, no hice lo típico de abrazar al koala y sacarnos la foto juntos. Sí, valía 25 dólares, que no es tan caro, y es una cosa que hay que hacer… pero simplemente no tuve ganas. Me pareció suficiente con mirarlos bien de cerca. Esos koalas sé que duermen un montón - 22 horas al día - y que por el tipo de comida, se la pasan drogados… pero igual siempre tienen cara de nada cuando uno los toma en brazos, según vi las fotos y también en directo. Así que no me pareció que fuésemos a compartir una experiencia mística o algo, por lo cual estábamos bien de lejitos y yo con 25 dólares intactos. Next.

Y así fue cómo dejé Brisbane, llegué a Sydney y partí otra vez a Chile. ¡Oh, y esos últimos días sí que pasaron volando! Trataba de dormir poco, para que pasaran más lento, como aferrándome a las horas, pero no hubo caso… y a la vez… el tiempo era infinito. Volver a Sydney fue como si nunca lo hubiera dejado antes… como me pasó con Cairns, al que también fui muy espaciado, e incluso con Auckland, en menos de un mes… pero casi siempre es así. Es como si hubiera un espacio dentro del corazón humano donde el tiempo no existe… donde son reales todas esas teorías de la física cuántica en que todo ocurre aquí y ahora, y esas horas y semanas y meses y años… son solo una ilusión. Las ciudades y lugares cambian, y uno mismo va cambiando, y también el propio cuerpo, y el cuerpo de los otros, y así van desfilando, en su evidencia, todos esos momentos pasados que sí han dejado cierta marca física… pero hondo, muy hondo y a la vez en todas partes… hay algo que jamás se marchita ni muere.

Y eso es lo que más me gusta a mí de viajar. Mirar. Mirar lo que siempre cambia, desde ese espacio de conciencia en mí que es parte del gran contemplador inmortal, que no cambia jamás… y es que las civilizaciones se elevan y decaen, y lo mismo las personas y animales, como parte del ciclo vital… pero está ese espíritu de fondo que jamás lo hace, y que da gusto volver a descubrir, siempre contoneándose, siempre transformándose… siempre cambiando, en mil y una facetas diferentes que al final son siempre las mismas, y que siempre terminan por regresar a casa.

Al final todos los paisajes que uno ve, no son más que pasajes del alma. Y todas las personas con la que uno interactúa, son parte de una misma… y conociéndolas uno se conoce más a sí mismo y también al revés: conociéndose a sí mismo, uno conoce a los demás, y así es como crecen valores nobles y necesarios, como son la compasión, el silencio, el sano entusiasmo, la pasión, la risa, el respeto e incluso la sorpresa… porque aún cuando uno puede adivinar ya ciertos modos en que funciona el universo, uno nunca sabe cómo y cuándo específicamente sucederá, y eso siempre es interesante de experimentar.

Solamente por eso vale la pena vivir.

Además está, por supuesto, toda la cosa linda y divertida que es, como bien dice el título del blog, corretear. Ir por el mundo experimentando la multiplicidad de diseños y de experiencias… de lo que es recoger tomates en una mañana lluviosa, ver la boda real en el hostal junto a un puñado de fanáticos de la realeza, perseguir a un dingo que ha robado la cartera, tomar una micro junto a unos aborígenes en una mañana de verano, escuchar Ipod junto a un adorable sueco, mientras la lancha en que se anda está a punto de hundirse el mar asiático...

La multiplicidad de lo que es bailar música latina con un grupo de extranjeros inexpertos, pasar miedo con el viejo verde que se pone manilargo cuando nos lleva a dedo, reír con la roomate japonesa que ha aprendido a decir “papa rellena”… reír con el “buenos nachos” de la adorable Elaine que uno alcanzó a conocer y a querer antes de que dejara esta adorable tierra… ver con asombro y sin esperarlo, al volver a la casa luego de un día largo, ese enorme y desnudo y magnífico cielo estrellado, casi amenazando con caer sobre uno... y mucho, pero mucho más… tanto como podemos ver, y hacer, que es bastante, y mucho más de lo que jamás podríamos siquiera llegar a describir. O quizá imaginar.

Yo recomiendo totalmente la experiencia, a todos los que se sientan llamados a vivirla. Para los que dicen que tienen miedo de dejar su casa: todos los lugares son su casa. Para los que tienen miedo de estar solos: nunca están solos. Para los que dicen que tienen miedo de dejar a su familia: todos son su familia. Aunque haya algunos más cercanos que otros, y necesitemos forjar algún nicho.

Pero si no quieren salir a recorrer el mundo, no es necesario que lo hagan, para viajarlo. No físicamente, al menos. Uno puede cruzar espacios siderales dentro de la propia mente. Al final todo empieza dentro de la propia noción de conciencia y además, a veces, en el amigo, la familia, o en el propio trabajo, está la aventura más desafiante que jamás se haya imaginado. No se necesita salir a buscarla, a otro lado.

Solo que a veces es tan, tan lindo, hacerlo...

El volcán chileno causando estragos en continentes lejanos.

Chau, Nueva Zelanda (¡miren qué verde!).

A veces Sudamérica es solo un concepto para las aerolíneas oceánicas.

La Gold Coast desde el aire... kilómetros y kilómetros de playa.


Casi aterrando en Brisbane (Brissie, para los amigos).

Una iglesia comida por la ciudad.

Incendio en el hostal.

Felices saltarines en Byron Bay.

Familia hippie.

Surfistas.

Hippie de leyenda en Nimbin.

Posando con Adam tras un mural psicodélico.

Agudas observaciones en el museo de la marihuana.

"¿Es un centro de reuniones gay?", la pregunto a Adam, "no, solo un jardín infantil", contesta. A veces una ya se pasa el rollo.

Cocinando en la casa rodante frente al mar nocturno.

Vista desde el sendero al faro de Byron.

Faro, y señora con cara de felicidad.

La playa Tallow, al ladito de Byron.

Otros paseantes.

De vuelta en la playa principal, con gaviota incluida.

Y un pie catador de arena (y otro, invisible a la cámara, también en acción).

Con la Cake en la playa artificial de Brisbane.

Y en la plaza, con la Claudia y la María.

Y con Cristóbal, tomando la micro en el atardecer de un día intenso.

Entrada al metro en New Farm.

Koalas en el zoo de Lone Pine.

Y gente gozando donde se le puede hacer cariño a los canguros.

Yo incluida (aunque me tocó un canguro dormilón).

Niñita dando esa comida que venden baratelli para puro atraer a los saltarines.

Un emu de lo más precioso, con ojos naranjos y patas cavernícolas, goteando agua del pico.

Emu y paloma compartiendo recursos.

Un geck o lagartija gigante.

Un abanico de famosos pro abrazando koalas.

¿Quién dice que los canguros no se parecen a los conejos? Y este es como un conejo tímido de monitos, jaja.


Brisbane al atardecer desde el ferry.

Con la Cake y la María paseando por Chinatown.

Cosas curiosas - para nosotros - que se venden.

Muchos pero muchos tipos de té.

El atardecer en Chinatown, que más bien parece el atardecer en el viejo oeste.

Regaloneando con uno de esos demonios que me gustan tanto.