viernes, 29 de abril de 2011

La vida de campo

Así que estoy terminando mi mes en el campo… ni yo misma puedo creerlo, ¡un mes entero en el campo! He trabajado en las cosas más diversas y eso me tiene contenta, ya que más que la plata misma, he andado buscando experiencia… la experiencia de ver cosas nuevas y distintas… y de tener toda la variedad posible en medio de ello. He trabajado recolectando manzanas (en dos campos diferentes), recolectando tomates, recolectando pimentones, y también empaquetando manzanas en una fábrica (dos), siendo lo que podría llamarse una máquina humana. Y he conocido a un montón de gente, con la que he compartido desde las cosas más sencillas hasta las cosas más insólitas, lo que nos ha convertido en compinches, y con algunos incluso en buenos amigos. Y ha sido muy bueno.

El único problema con todo esto… de tener tantas experiencias, conocer a tanta gente, y hacer tantas cosas… es que me está siendo extremadamente difícil condensar la información, y comentar todo lo que he visto, y mis impresiones al respecto, sería demasiado largo. Por ende, y considerando que mañana cambio de ambiente (¡a mochilear por la costa este!), y que quiero publicar antes de partir… tal vez éste sea el post más corto que escriba, aunque sí viene acompañado de hartas fotos como para compensar la falta de paciencia (o de temporal pericia) de su servidora. Es que prefiero declararme temporalmente incapaz, que simplemente dejar el blog… a veces uno tiene que declararse nomás en quiebra, para continuar. Es todo lo que puedo dar ahora. Tal vez más adelante me ponga dicharachera y detallista nuevamente. Lo espero, porque todo esto es realmente fascinante… aunque uno nunca puede realmente transmitirlo todo, y acá es cuando ustedes tienen que profundizar en sus propias aventurillas, y tal vez hasta ponerse mateos, escribirme muchos mails y compartirlas conmigo y con los demás.

La vez pasada conté cómo me había quedado en el backpacker oficial de Stanthorpe, y cómo había renunciado para irme a lo que pensé que sería una pega mejor, en las afueras del pueblo, y alojando en medio del campo. Bien, efectivamente partí a la aventura… otra vez recolectando manzanas, pero ahora en medio de la nada. El trabajo me resultó aún peor, porque pagaban aún menos… dado que me tocó sacar manzanas en árboles que habían sido recolectados dos veces antes, y más encima hacerlo sacando solo las que ya estaban rojas… entonces, en vez de juntar tres o cuatro recipientes por día (y pagan por cantidad), junté uno y medio, o a lo más dos por ocasión… y sí, es cierto que en vez de pagarme 30 dólares por recipiente, me pagaron 48… pero dadas las circunstancias, igual nunca alcancé a cruzar la frontera de los 100 dólares al día… ¡trabajando desde las 6:30 de la mañana hasta las 4:30 de la tarde…! Y literalmente rompiéndome el cuerpo en ello. Los recipientes no son naada de chicos, tendrían que verlos.

Pero peor que las condiciones del trabajo fue el ambiente. Me tocó de compañera de equipo (se trabaja en equipos de a dos, que luego se dividen la plata) una alemana llamada Anja, que al principio me pareció bastante simpática. Pasamos el primer día trabajando en bastante armonía, y hasta enseñándonos canciones mutuas en los idiomas respectivos… lo que nos causó especial gracia cuando, al enseñarle la “Señora Santana” descubrimos que hablaba de manzanas, y ella comentando “to that child we can give thousands”, jaja… pero después inocentemente se nos ocurrió hablar de religión, y entonces la odiosidad llegó: La Anja era totalmente creyente, al límite de ser creacionista (los que creen que el universo se creó literalmente en siete días, según el Génesis) y yo no tuve problema alguno con sus creencias… pero ella sí con las mías, que sí creo en algo mayor pero también en la ciencia… con tal que la inocente discusión se convirtió en un debate ardiente, empeorado solo por mi aburrimiento creciente a seguir discutiéndolo… Mi desinterés fue para ella una especie de señal de que yo estaba corrompida o algo así, y entonces pasó de ser una amiga a ser una especie de jueza, tirando comentarios jocosos y aleatorios al pasar, del tipo “I think it’s wrong to kiss for fun” y mirándome con agudeza… como si yo anduviera viviendo la vida loca en vez de andar toqueteando manzanos el día completo, y ella supiera la “verdad” al respecto, de todo… de todas las cosas sucias o incorrectas que en mi corrupción obvio que debía estar haciendo.

Que no se me malinterprete: me gusta el diálogo, pero cuando es realmente un diálogo, no una conversación retórica sin interés real de escucha. Y también respeto las creencias de la gente, por lo que me cansa (y me agrede) cuando insisten en no respetar las mías… El problema no fue que ella tuviera otra forma de pensar, sino que me convirtió en su causa religiosa, o como sea, y allí estaba hablándome de versículos y de supuestas evidencias sobre el creacionismo el día completo… tanto que, cada mañana al partir, sentía que junto con mi almuerzo tenía que llevar mi libro de catequesis y mi rosario, y ojalá llegar lavadita con agua santa. Agotador. Y al principio fui una niña dócil, más bien callada, porque la pega ya era suficientemente exhaustiva como para pasármela peleando en una discusión que no parecía tener mucho sentido… pero después empezó realmente a molestarme, por lo que empecé a contestar con información relevante, dado que efectivamente sé bastante de ciencia y también de la biblia (estudié en un colegio católico), lo que en vez de calmar el debate, lo avivó más.

Aún así la hubiera respetado, limitada en su concepto de mundo… porque igual debe ser terrible sentir que hay que controlar a la gente… la responsabilidad de sentir que una es la encargada de salvar a los demás o como sea que se diga… y debajo de eso hay incluso cierta grandeza, porque exige tanto sacrificio (aunque nadie lo haya pedido) y denota buenas intenciones… pero resulta que el profundo sentido de religiosidad que la Anja tenía no era tan poderoso como para realmente influir en sus actitudes diarias, lo que me pareció un acto de cinisimo. La Anja podía recitarme la biblia de modo rotativo, de 6:30 de la mañana a 4:30 de la tarde, pero mientras lo hacía no tenía ningún reparo en pescar todas las manzanas buenas, dejarme siempre los árboles malos, inventar excusas mulas para no usar la escalera, y luego cuando yo me demoraba más que ella en llenar los recipientes, por tener que hacer las cosas lentas que ella no quería, y recoger las manzanas que ella había dejado atrás (y que si no tomamos nos retan)… insistir en dividirlos de manera en que ella se quedaba con 2/3 y yo con 1/3 o algo así (cosa que se puede hacer, pero que nadie hace) porque era “más rápida” (las pinzas).

Al principio lo luché, pero luego lo estaba pasando tan mal, que decidí que me haría más feliz pelear un poco menos (porque eso también causó discusiones horribles) que ganar más, y la dejé tomar el crédito (y la plata) por su “velocidad”… pero igual fui absolutamente miserable durante esos días, tanto que ni siquiera me dieron ganas de cantar o de silbar, y el tiempo se me hizo totalmente infinito, cada día una cosa interminable… odiaba, odiaba la situación y también empecé a odiar las manzanas. No me comí ni siquiera una durante esos días, siendo que entonces las teníamos gratis. Me sentí totalmente atrapada y realmente compadecí a quienes viven con un trabajo que odian. En verdad debe ser atroz. Yo quería llorar todo el día, pero no podía renunciar, porque tiene que ser por lo menos una semana, y además si lo hacía me quedaba sin alojamiento pero… claro, esos motivos eran mucho más suaves que los que pueden tener otros y al terminar el tiempo mínimo sí renuncié y me fui, libre como un pajarillo. Suerte que tengo.

De todos modos, a mediados de la semana y como para salvarme, llegó una tercera persona a nuestro equipo, la Kamila, una brasilera que también vivía en la casita del campo (conmigo), y al día siguiente de eso la Anja fue cambiada de la recolección a la fábrica, donde pagan más, por “buen rendimiento” (tramposa), así que tuve cierto alivio antes. Con la Kamila nos llevamos mejor, pero tampoco tan bien, porque era bastante intensa, y aunque no trataba de hacer trampa con las manzanas, sí estaba urgidísima con ganar la mayor cantidad de plata posible, y apenas quería almorzar o hacer ningún break, para así poder llenar más rápido los recipientes… lo que significaba que yo tampoco lo hacía, y luego siempre quería quedarse por lo menos media hora más que el resto (lo que significaba llegar casi de noche), repitiendo “I am here for the money, not for the fun” (como si yo estuviera por pura vocación allí), y entonces yo también tenía que quedarme. No habría tenido reparos de abandonar alegremente el lugar de trabajo a la hora en que se acaba, como Pedro Picapiedra cuando suena el pito, y de hecho era mi sueño, pero como era la encargada de manejar el tractor (¡yija!) tenía que esperar hasta el final para acarrear el botín.

Todo eso, otra vez, me pareció angustiante… y terminé odiando el trabajo de las manzanas, sobretodo cuando me ponía a pensar en ello. Es que pagarle a la gente por recipientes en vez de por hora, un abuso… en especial considerando que el sueldo mínimo en Australia es de 18,50 la hora, y luego cuando pagan por recipientes, llega a ser hasta de 6 dólares en vez de 18,50. Además de que es poco, genera competencia, peleas entre la gente, angustia, la sensación de ser un hámster corriendo en la ruedita para poder vivir, y todo tipo de cosas desagradables. Es un abuso, que duele aún más cuando uno ve a los ricachones del campo que perfectamente podrían pagar sueldos decentes y luego no lo hacen porque siempre encuentran a alguien que quiere trabajar igual.

Bueno, pero acá me estoy poniendo resentida, jaja, porque resulta que sí hay campos de personas buenas y justas, y muchos de ellos… lo que pasa es que es más difícil encontrar pega en ellos porque sus trabajadores no se van corriendo. Una forma muy fácil de cachar, dicho sea de paso, si una pega es buena… es ver cuánto ha durado la gente allí. Si nadie lleva más de 2 ó 3 semanas… es que algo anda mal, y así era en el campo de las manzanas… con ciertas excepciones heroicas. Aunque las cosas cambian, por supuesto, si a una le tocan compañeros agradables, o árboles buenos. Hay gente que está muy feliz allí y que hace buena plata, también. Un par de amigas lo pasan chancho, copuchenteando mientras trabajan y tirándose manzanas unas a las otras, lo que les es especialmente fácil dado que les tocaron de esos árboles tan cargados que uno los toca y prácticamente te bombardean encima y te llenan el recipiente solos… unos árboles preciosos, que los de la galucha hubiéramos mirado con una envidia nada de sana, si ellas dos no fuesen tan encantadoras y no nos hubieran mostrado fotos tan divertidas al respecto.

Antes de irme me tocó trabajar en la fábrica un par de veces, también. Ése sí es un trabajo de locos, completamente maquinal, empaquetando manzanas que salen disparadas como un chorro desde una máquina, y sacando afuera a las que son defectuosas, sin momento alguno de descanso (excepto en los breaks). No solo es un trabajo loco, sino que también divino, ya que uno viene a ser Dios separando a las buenas de las malas, lo que me generó ciertos problemas con las autoridades, dado que yo resulté ser uno condescendiente e inclinado a aceptar las que tienen carácter, con una manchita, o tal vez una superficie rugosa que llama a que una la toque con los deditos, y allí el grito del jefe que solo quería manzanas casi plásticas y sospechosas como la que se comió la Blancanieves. De todos modos, me gustó la pega, la novedad siempre es graciosa, y uno va tan rápido que las horas vuelan, y además pude ganar allí la plata que no gané recolectando las manzanas mismas (en la fábrica pagan por hora). Bienvenida era industrial, solo me faltaba el uniforme, pero, otra vez, la gracia de eso es que para uno es novedad… y que es solo por algunos días. De hecho, en la fábrica trabajé en la noche, en horas extras voluntarias, con más chiquillas de la casita… pero fue gracioso también por eso mismo: nunca habíamos trabajado juntas. Casi llevamos la cámara (de hecho, la llevamos, pero luego nos dio plancha ser tan huasas) (o tan no huasas).

Y así llegó el fin de la semana, y el fin de mi labor allí. Estuve aliviada y hasta un poco radiante cuando el momento llegó, aunque también triste porque, al dejar la pega, tuve también que dejar la casita donde estaba alojando, en la que me hice unas buenas amigas. Éramos 15 mujeres, de muy diversas nacionalidades (alemanas, francesas, estonianas, brasileras, inglesas…), aisladas en medio de la nada, bajo el cielo más estrellado imaginable, sin ni siquiera señal de celular o de internet, y todo eso provocó que nos uniéramos bastante… conversando, cocinando producidamente (cada quien debía cocinar algo de su país cuando le tocara), compartiendo técnicas de peinado y/o de maquillaje, tocando guitarra en el jardín mientras caía la tarde y, por supuesto, carreteando todas juntas el sábado en la única “disco” del lugar… a la que es muy divertido ir, porque todos los que trabajan en Stanthorpe llegan aunque sea arrastrándose, y aunque uno lo pasa chancho, hay que ver la cara casi comatosa que tenemos todos, jaja, y es que uno a final de cuentas siempre quiere vivir, a como de lugar y sin ninguna discusión. El show debe continuar.

Tal vez deba agregar (o admitir) que algo más que hacíamos allí en la casita… era pasar largos ratos hablando de las manzanas. No es mentira que, al terminar la tarde, nunca faltaba quien llegaba con una especialmente grande, o curiosa, o hasta con fotos de una que alguna quiso comentar pero no pudo traérsela… y además hacíamos postres, y mermeladas, y pasteles, con ellas y todo lo que a alguien se le pueda ocurrir (en la casa y fuera del campo de batalla, a veces cedía)… y es que las manzanas, una lo quiera o no lo quiera, se convierten en la vida de una, cuando se está inmersa en ellas de esa manera… una respira, come, transpira, y hasta literalmente sueña con manzanas. Esas películas donde se ríen de la gente del campo porque son capaces de poner en la primera plana de su diario que alguien encontró una papa con la cara de algún presidente… son absolutamente ciertas. No es solo que algo así efectivamente podría pasar, y que una podría realmente sentirse maravillada al respecto… sino que realmente se sueña con ese momento de encuentro cara a cara con la naturaleza, y con todo lo que parece intentar decirnos, mediante las señales que hemos ido aprendiendo a amar, en este caso las manzanas… se empieza realmente a sentir pasión, por ellas. Todas teníamos heridas por, alguna vez, haber estado en la punta misma del árbol y haber visto a alguna especialmente roja que había que alcanzar pero que estaba muy lejos, en una atracción tan fuerte que llega casi a ser sexual. Todas habíamos visto a esa manzana y la habíamos deseado de esa manera inmensa, y luego nos habíamos caído por intentar agarrarla (algunas con éxito, otras no), y es que realmente el tema se mete bajo la piel de una… lo que es dulce, también, que uno inevitablemente se involucre con lo que hace. Habla bien de la naturaleza humana, opino.

Dejando el tema de las manzanas mismas (para evitar provocar sus propios sueños al respecto), casi me voy de Stanthorpe mismo al cerrar esa semana, en busca de nuevos horizontes. Encontré que lo había intentado, y que había sido divertido, pero también suficiente… pero luego unos amigos franceses me convencieron de que le diera una semana más, y de que me fuera a su camping, Blue Topaz, y como igual necesitaba la plata, y seguía con mucha curiosidad, fue justamente lo que hice… y chiquillos, si alguno de ustedes va alguna vez allá… aloje en Blue Topaz. El ambiente es espectacular, el lugar es lindo, y aunque no queda en el mismo pueblo, queda relativamente cerca (a 5 kilómetros) y siempre alguien lo lleva a uno, y además la dueña del lugar consigue unos trabajos bacanes. A mí me dieron el de recolectar tomates, y para mi felicidad, cuando le pregunté a mis colegas cuánto tiempo llevaban… todas habían estado desde el inicio de la temporada, tres meses atrás. Un buen trabajo, primero, porque era bien pagado… por hora, lo que significó complicidad y buena onda con los compañeros, en vez de competencia y amargura. Y segundo, porque era fácil. Es cierto que algunos campos de tomates son terribles para la espalda, pero a mí me tocaron de las plantas altas, y además del tipo de tomates con forma de cilindro, que no se necesita tironear, sino que basta casi con rozar para tenerlos durmiendo entre las manos. Además, el jefe era un hippie muy buena onda, llamado Blue… un rucio cuarentón de ojos celestes con una pichangera igual a la de Farkas, que nos dejó escuchar música mientras trabajábamos y hasta andar en bikini si teníamos mucho calor y queríamos tener el tono fascinante (todo eso prohibido en el otro lugar). Además había un perro simpaticón, y unos lagos decorativos, y un clima agradable, en un campo precioso y rodeado de montañas, y en la Pascua, Blue regalándole a cada una una botella de vino, para celebrar.

Recoger tomates, por supuesto, también es una experiencia filosófica. Pasarse el día manoseando la fruta da a una qué pensar (jaja), y uno descubre cosas que va aplicando a la vida misma. Una desarrolla agudeza, en todo aspecto. Por ejemplo, al principio todos los tomates parecen similares, pero con apenas un día o dos de práctica una ya sabe diferenciar con toda certeza los colores más sutiles, y todos sus significados… una ve con toda claridad matices que antes ni siquiera sabía que existía. Luego se desarrolla la capacidad de, con una sola mirada, percibir a estos tomates, aún si están en medio de los matorrales más profundos, a través de un solo destello de color, y de meter la mano para sacarlos, con la misma precisión con que un doctor saca a una guagua dentro de alguien… con guantes y todo.

Luego de eso, no pasa mucho antes de que una empiece a comparar a los tomates con la gente, porque de ambos hay de todo tipo: grandes, chicos, maduros, inmaduros, incluso tomates gemelos o hasta siameses… Algunos mueren antes de madurar, y otros maduran demasiado luego… Algunos crecieron demasiado y otros demasiado poco, y siempre están los que fueron picados por los mosquitos o quemados por el sol… pero a final de cuentas todos son tomates, y la misma rama que genera al fruto más gordo y precioso, es la que genera a otro tomate sano pero de forma curiosa… Uno piensa en cómo, lo que en seres humanos podría llamarse una “anomalía”, en un tomate es normal… porque la propia naturaleza tiene una concepción muy generosa al respecto. Todos sus frutos son adecuados. Todos son tomates. Todos son bienvenidos. Todos tienen derecho a existir, y de hecho, lo hacen… como también lo hacemos nosotros, aunque en algunas ocasiones creamos que no.

Tampoco pasa mucho antes de que la locura pasional de las manzanas se repita en los tomates. Por ejemplo, si a uno le toca una fila de los gordos, preciosos y rozagantes, anda con la sonrisota en la cara, mientras que si le tocó una línea de muertos o que nunca crecieron mucho, da una depresión atroz, aún cuando la paga es la misma. Uno aprende a querer a estos tomates, y se alegra cuando ve cómo ellos inevitablemente crecen, maduran y enrojecen, sin importarles las fechas festivas ni cualquier otro elemento artificial, lo que significó trabajar toda la Semana Santa (“tomatoes don’t care”, fue la frase del jefe)… y entonces una se dice a sí misma frases alentadoras, como que no se puede evitar la vida misma y sus ciclos, soñando con el propio momento de gloria… pero luego viene la parte morbosa donde uno ve a esos mismos tomates morir, y, otra vez, no se puede evitar la vida misma y sus ciclos, lo que significa cementerios enteros de tomates que no fueron recogidos a tiempo, que igual hubieran muerto si no los hubiéramos comido antes, y es que la muerte es parte de la vida, y eso significa que nosotros también nos vamos a morir.

Luego, eso deja de importar. Uno es parte de la naturaleza y está bien. La muerte es parte de la vida, y una permite a la otra. La muerte no es buena ni mala, sino solo mera parte de la existencia. Y al ensuciarse las manos en medio del campo, uno se reconcilia con esto y siente paz al respecto. Uno no tiene miedo. Hay ritmo detrás de todo. Lo podemos ver. Es lo que siempre ha sido. Es lo que siempre será, y significa mucho más de lo que podemos concebir. Es justo para los tomates y también es justo para nosotros. Darse cuenta del ritmo vital, más que deprimir, libera, porque ayuda a enfocarse en el rico momento que es ahora… cuando todavía somos el tomate rojo o quizás apenas enrojeciendo. Pase lo que pase, vamos a marchitarnos, si no nos comen antes, o no nos pisan por accidente, y entonces las cosas que no intentamos no van a haber importado. Éste es nuestro tiempo aquí en la tierra, y es limitado y precioso. La naturaleza es maravillosa, pero también violenta, y en algún momento acabará con nuestra existencia como la conocemos… para formar nuevas cosas, así que más vale tomar lo que tenemos con todo lo que contiene, que es bastante.

Después de los tomates, recogí pimentones, lo que fue un poco más duro, porque hay que agacharse todo el rato… pero igual bien, porque también es pagado por hora, y el campo también es lindo, y el jefe amable. Además, me tocaron compañeros hombres, lo que a veces es más divertido, porque son más juguetones, entonces hacen cosas tontas como esconder los baldes, o tirarle a una pimentones en la cabeza cuando no está mirando (por suerte no estábamos recolectando melones), lo que ameniza el día, y además ayuda a practicar las propias técnicas bélicas. Y luego esa pega se acabó, y ahora estoy preparando mis cosas para partir a la costa este mañana, con mi amiga Anne, nueva adquisición, una holandesa de 25 años demasiado simpática, a quien conocí en la pega de los tomates y con quien vamos a viajar un par de semanas, por Byron Bay (playa de surfistas), Brisbane y etcétera. Después mis planes son continuar el viaje con un amigo chileno, de ahí radicarme en alguna parte a trabajar por un par de meses (quizá Perth) y de ahí ir a los países exóticos, antes de volver a Chile, en noviembre, a los que quizá hasta vaya con la Anne porque resulta que fuimos a los mismos antes (Vietnam, Tailandia, Laos, Camboya e Indonesia) y que también queremos ir a los mismos después (India, China, Nepal y etcétera). Pero todos estos son mis planes temporales, porque no estoy segura de si vuelva en noviembre, o antes, a Chile, habrá que ver. En este momento lo encuentro increíblemente agotador, pero a la vez es obvio que lo sienta así, porque me la he pasado trabajando, y cuando no, conversando con la gente, y haciendo aún más cosas… así que obvio que estoy cansada… pero sé que en cuanto descanse un ratín voy a querer continuar el rock and roll… si puedo, claro, descansar, porque en general cuando llego a un lugar nuevo, caigo presa de la excitación y empieza el baile otra vez, jeje.

Pucha, todo esto lo había escrito tanto mejor y tan bien… esto, y más, comentarios sobre la increíble gente que conocí en Blue Topaz, el lugar donde más me he sentido a gusto, que ahora ni siquiera alcanzo a mencionar con el adecuado detenimiento… Ah, qué experiencia más increíble estar aquí, puras personas alegres, y diversas, y un montón de vivencias, tenía a tanta gente particular citada y comentada, y entre ella a tanta gente dulce… pero se me borró cuando ya lo había terminado, y ahora tengo solo una hora antes de que me cierren el internet, así que chao pescao. Solo puedo resumir, si tienen ganas de viajar y de ver mundo, háganlo, no solo porque es divertido, sino que porque es bueno para el alma… no solo por el intercambio, que abre la mente y ayuda a entendernos mejor a las personas y también a apreciarlas, sino que también porque el viajar agudiza los sentidos en la forma de vivir esta vida, porque no hay demasiado tiempo en un viaje, entonces uno se pregunta con frecuencia, “¿Soy feliz aquí? ¿Me quedo o no?”, y luego es capaz de cambiar el escenario si no se siente correcto. “¿Me arriesgo o no?”, es otra pregunta que uno se hace, y en general se contesta con un sí… y todo esto es una buena práctica para luego continuar en la “vida real” o como sea que se llame… porque, como también dije antes, la vida es corta, y preciosa, aunque no siempre lo recordemos, y por eso hay que vivirla de la forma más plena posible… aún si eso significa arriesgarse, o cambiarse de lugares, o pasar algún mal rato por ahí y por allá, en medio de ello. Sí, uno puede equivocarse tratando de cambiar su suerte, pero ¿qué importa? A lo más significará alguna magulladura, y luego a elegir de nuevo. No hay nada irreversible excepto la muerte, pero la muerte no nos ha llegado todavía. Mucho peor que la muerte es vivir sin vivir, y sin sentir que uno cuenta en su propio camino… que uno tiene derecho a elegir sus cosas, y a intentar la versión más grandiosa de sí mismo, y del mundo que lleva consigo. Es mucho peor eso.

Solo quiero agregar algo más. Este post lo dedico a mi amiga Elaine, que en paz descanse… La Elaine fue mi roomate en Sydney durante todo marzo. Yo la conocí en un momento especialmente difícil (lado B), y ella no solo me ayudó y me adoptó bajo su ala, sino que forjamos una amistad importante, la más importante desde que llegué a Australia… horas enteras riendo, o conversando, o simplemente trasladándonos de un lugar a otro. Era realmente adorable y yo la quería mucho. Tomaba mi brazo cada vez que cruzábamos la calle para que no me atropellaran, la muy protectora, y yo sentía chorros de amor fraternal subiendo desde mi corazón.

¿Cómo fue que ella partió? Bien, luego de trabajar como una loca en Sydney, en dos pegas paralelas, solo para tener más plata para su viaje en la costa este, se ahogó, en los Whitsundays, mientras empezaba un curso de buceo. Tenía apenas 23 años, y se había puesto a pololear hace solo dos semanas. Salió hasta en los diarios, de Brisbane, pero sin su nombre.

Por supuesto, cuando supe quedé en shock, pero más por la familia y los amigos que por ella misma… porque ella siempre decía que las cosas pasaban por algo, y era una persona feliz. Además, tuve la oportunidad de despedirme… la última vez que hablamos por teléfono, solo dos días antes, en que por motivos desconocidos (ahora conocidos) ambas comentamos lo contentas que estábamos de habernos encontrado y cómo cada una agradecía la presencia de la otra. Y luego, la noche en que supe lo que había pasado, apenas dos días después, me fui a lavar la ropa, al lado del baño… a las dos de la mañana porque no podía dormir, y me puse a hablar en voz alta con ella, comentando el suceso, y despidiéndome de nuevo… bastante en shock todavía, y medio llorando, y luego de un rato, una francesa que estaba en el baño salió dando gritos. Una vez que entré a ver qué pasaba… ¡vi que todas las duchas, y todos los lavatorios tenían la llave abierta!, y abiertas al máximo. Y me reí, aunque también lloré, pero más de alivio que de tristeza, y pude sentir que ella estaba ahí conmigo, y hasta sentí como si ella se estuviera riendo, a mi lado.

Ah, Elaine querida, sé que estás mejor que nosotros, donde sea que estás. La vida es muy linda, pero también difícil. Sin embargo, mientras esté aquí, la viviré lo mejor que sepa… Voy a ir a los Whitsundays y voy a pegarme la mejor buceada que se pueda imaginar, en tu nombre, y a celebrar esta existencia con todo lo que pueda. Sé que es exactamente lo que querrías que hiciera. Te echo de menos, pero sé que estás cerca de mí… más cerca de lo que yo, en mis humanas circunstancias, puedo todavía sentirte.

I will carry you in my heart forever.


La Elaine en el Mardi Gras, Sydney, marzo.




Y ahora, las fotos ilustrativas de rigor.

La mayor variedad de zapatos de niñita que he visto en una tienda.


Internacionalidad en mi casa número 2 (campo de Dino Rizatto).



Atardecer en la lejanía.



Manejando el tractor en el campo de Dino.



Comiendo parte del botín.



Moretones por los manzanazos (y escalerazos) varios.



En el campo de tomates.



Chocheando con unos pimentones que me regalaron unos amigos.



El primer cheque de los tomates, ¡por solo 4 días y medio!



El supermercado de Stanthorpe (muy rural, jaja).



Cabra que se me escapó.



Un salpicón de laguito.



Haciendo dedo.



Con mis roomates japonesas, gozando con el dibujo que hice de Sailor Monster (como crítica ante las proporciones anormales en Sailor Moon).




Haciendo dedo a Toowoomba con la Anne, para día de shopping.



Paisaje.



Almuerzo en la ciudad.



Felicidad en el shopping.



Iglesia al atardecer.



Noche.



El conejo de los huevitos (o el osito de los tomates).



Botín.



Break laboral.



Moviendo los tomates (ojo con las manos negras).



Campo de Blue Kratzman.



Chris riéndose porque como noodles mientras él toma ron.



La evidencia.



Con algunos franceses.



En la liebre escolar.



BBQ en el parque.




Cerrando el día.


Podemos trasladar tanto a personas como a tomates.



Mana arreglando el desastre de mis uñas.



Con mis amigas de la casa 2, en la "disco".



Break en los pimentones.



Paisaje del campo.



Moviendo baldes.



Harworking people.



Pimentones.


Zoom.


Cuncunitas. En los manzanos hay pulgas y caracoles, en las tomateras, barro, y en los pimentones, ellas.


Con mi amigo Bobby.



Cocinando ensalada de papas.



Lentamente llegan los hambrientos.

sábado, 2 de abril de 2011

2 x 1

Y para variar escribo de un lugar estando en otro. De mis últimos días en Sydney, cuando ya estoy en Stanthorpe, pueblo en medio de la nada, en donde ando de temporera. Es que todo pasa demasiado rápido. Decidí quedarme hasta octubre en Australia (la fecha máxima de vuelta de mi pasaje), también, en vez de volverme la próxima semana, ¡es que tengo demasiado que hacer!, ¡y pasan demasiadas cosas! Este viaje es demasiado emocionante… nunca sé qué se va a venir… cada día es una aventura. Y puedo haber tenido algunos momentos malos (algunos muy malos) en medio de ello, pero… a quién le importan. La curiosidad es demasiado grande. No puedo irme ahora. Sigo sintiendo que esto está apenas empezando, aunque ya me ha pasado tanto que cuando hago recuentos mentales hasta me mareo un poco (fanfarroneando).

Es más: Si me hago extremadamente rica y soy extremadamente feliz, incluso pierdo el pasaje de LAN y me quedo hasta el final… ¡hasta el último minuto donde puedo trabajar! Diciembre, y luego quién sabe si me voy a viajar por el mundo y vuelvo a principios del próximo año jaja… aunque quizá acá ya me estoy pasando un poco. La cosa es que, por ahora, me quedo, hasta octubre. Confirmado. Y lo bueno es que sé que, si por algún motivo extremo, me canso o me amargo, bastan un par de llamadas a mis papás para que adelanten mi pasaje (posiblemente pagando la multa), sin echármelo jamás en cara. Algunos dirán que eso es ser mimada, pero yo digo que es estar protegida. Puedo experimentar toda esta realidad y probarme a mí misma porque sé que, si las cosas llegan muy lejos, voy a recibir ayuda… y eso en general, en vez de hacerme débil o llorona, me hace más fuerte. Tengo menos miedo a intentar las cosas. La práctica hace al maestro y en general logro hacerme cargo, de mí misma… aunque, claro, nunca he tenido que hacer algo demasiado difícil… pero siempre me han enseñado a no tenerle miedo a la difícil, así que el día en que me toque… pretendo hacerlo con gracia.

Mis días en Sydney fueron divertidos y también particulares. Apenas tuve contacto con los otros chilenos… el intercambio fue complicado y poco sincronizado, pero en vez logré encontrar cierto nicho con la gente de mi backpacker, en Bondi. Un montón de personas de diferentes nacionalidades, varios viviendo allí mismo y haciendo la Work and Holiday, también. Conocí a mucha gente más, aparte de mis ex roomates Sarah y Elaine. Phil, un italiano/irlandés de 24 que me enseñó a jugar póker y con quien nos sentábamos a mirar la tarde. Barry, otro irlandés, de 25, que trató de ayudarme a encontrar pega y quien trató – en vano – de pasarme su ringtone de “Knocking on Heaven’s Door”. Ankan, un hindú, de 30, con quien veíamos películas francesas en el living a altas horas de la noche. Rachel, otra irlandesa (está lleno de irlandeses), de 38, que fue mi roomate y que aún luego de que se fue del hostal vino un par de veces a copuchentear conmigo en la terraza. Sergei, un ruso de 27, con quien cocinábamos juntos, y a quien le rompí todos los platos por jugar con el pie con la mesa (y eventualmente casi darla vuelta)… un ruso lo suficientemente caballero como para no decirme nada (jeje). Molly y Laura, dos hermanas inglesas, de 22 y 24, que también fueron mis roomates y una de ellas era fanática de la fórmula uno, por lo que no se movió de la pieza cuando dieron la competencia en la tele y en su entusiasmo hasta logró contagiarme. Niamh, otra irlandesa más, de 22, que casi me consigue trabajo en su propio campo y que se viste siempre de negro con el pelo rojo brillante, y Lucy, su amiga, también de 22, que casi me consigue pega de controladora de tráfico (pero era un cacho hacer todos los trámites legales). Alistair, también irlandés, de 25 años, que me enseñó a tomar snake bites (mitad sidra, mitad cerveza, un chorrito de raspberry y violá, exquisito) y que es demasiado demasiado divertido, pero a través de un humor negro y macabro que por algún motivo me hacía sentir muy cómoda. Y así. Muchas personas abiertas, en su propia onda, pero en general muy dispuestas a conocerte y a querer ayudarte. Es la noción del backpacker, también… ayudar y permitirse ser ayudado. Y compartir entremedio. Y estar cómodos unos con los otros, aún si uno aún no se conoce, porque el mero hecho de andar mochileando significa que hay mucho en común, y que hay que cuidarse mutuamente.

La vida pasa tan rápido cuando uno está en contacto con tanta gente... En cierto modo, al final decidí partir justo por eso, porque se me pasaban la horas y no fui muy eficaz en encontrar pega (aunque también es cosa de suerte), y me deprimía un poco viendo llegar a mis hostalamiguis todas las tardes de sus propias pegas, carreteados y cada vez más ricos, mientras a mí maní. Pero sí fui capaz de disfrutar los pequeños intercambios de la vida. Y no solo fue el intercambio con los del hostal, sino que también de los amigos de ellos, en especial de la Elaine… la Elaine que, aún cuando se cambió a un departamento, me siguió invitando a todos sus carretes… así conocí a tantos amigos suyos, muchos allí de paso, y a su nueva roomate Calli, una nortamericana que me invitó a “dinner parties” en su casa, y a su otra roomate Emily, quien trabaja en “flirt phone” y a quien casi le acepté la pega (pero era un poco extreme) (o bastante, jaja)… es que qué pega tan bien pagada.

Sydney es un lugar tan agradable, también… tan pero tan lindo. Nunca una ciudad me ha gustado tanto (excepto Santiago) (son fan de Santiago) (y Bangkok)… tiene casitas sencillas y coloridas, que parecen ochenteras, y calles retorcidas como si fuera Europa (aunque nunca he ido a Europa)... y esa costanera espectacular frente al mar que caminé absolutamente cada día, muchas veces ante la desesperación de mis party roomates, que querían ir luego a “go hit the city” y tenían que esperarme. Pero el otoño ya había llegado a Sydney, y todos mis amigos se fueron yendo de a poco. Y yo me sentí estancada.

Así que yo también me fui. Tuve un ataque de impaciencia y resolví irme a trabajar al campo, y entre que lo decidí y que efectivamente estuve allí pasaron menos de 3 días. Y tuve hasta una despedida, y luego la Elaine diciéndome “keep in touch, my lovely girl” (aww), así que me fui feliz y sintiéndome muy querida... aunque también con una sensación de impaciencia.“y ahora qué”, me pregunte a mí misma, expectante... pero ya lo vería.

Venirse, en todo caso, fue bastante fácil. En Sydney me hice amiga de unos franceses que luego se fueron al campo, para de ahí bombardearme con mensajes hablándome de sus bondades y de cómo, si venía aquí, “you are going to be reach” (jaja) (los franceses no le pegan mucho al inglés), y eso fue suficiente para mí. Es que cuando uno viaja forja caminos así… va adonde a uno le dicen, aparece donde a uno lo invitan. Así que luego de algunos días (no fui demasiado difícil) tomé mis pilchas y partí… aunque para llegar tuve que tomar transfer, avión, metro y bus, y gastar el equivalente a media semana de trabajo… pero como dice mi otro buen amigo Phil “you have to spend money to gain money”. Y así llegué al hostal principal, Backpackers of Queensland, a 220 kilómetros de Brisbane (creo), donde el clima es tan fresco y verde como la región metropolitana de Chile en primavera, y donde las hojas de los árboles se movían como recibiéndome. El Backpackers of Queensland es un hostal de trabajo, lo que significa que toda la gente que está aquí trabaja en el campo… lo que a su vez es bastante dulce de ver… gente fuerte y optimista, y nunca se oye a nadie quejándose. Es heavy, porque hay algunos trabajos bien pagados pero horrorosos, como recoger verduras y pasarse el día entero agachándose. Hasta los tipos más rudos (entre ellos, uno que trabajó en construcción un año entero) dicen, cuando yo consuelo “but you are get used to it”, “you never get used to it”, pero con una sonrisa, y luego a otra cosa mariposa.

Venirse, sí, fue fácil, pero luego mi llegada fue difícil.. Había hablado con el dueño del hostal, desde Sydney, y me había asegurado pega, pero luego cuando llegué aseguró que “nunca habíamos hablado”, y que no había nada. Doug, se llama, y es bastante raro, y no muy confiable. Luego los trabajos que uno puede tener aquí, pueden ser pagados o por cantidad (cuántas cajas de fruta o de verdura uno llena) o por hora, y los primeros son muy mal pagados, mientras que los segundos muy bien… 18,50 la hora, lo que en realidad es el sueldo mínimo australiano (pero que a nosotros nos viene bien). Y la mayoría de la gente que se viene al campo es porque quieren alargar su Work and Holiday visa, lo que los europeos pueden hacer si trabajan tres meses en el campo, por lo que no les importa no ganar demasiado, y tomar la pega que venga. Pero ese último no es mi caso.

Y ahí estaba yo, sola en medio del descampado, un domingo en la tarde, varada y todavía cesante, pese al gran y temerario pique, todavía sin respuestas. Entonces le pregunté a Doug si podía quedarme en el hostal, al menos hasta el día siguiente, para organizarme de nuevo, y encontrar algo, y respondió que solo podían quedarse los que trabajaban allí… para a continuación ofrecerme la pega peor pagada del sector, recolectando manzanas, como para “salvarme”… una en un campo donde, si uno trabaja de 6 am a 4 pm y corriendo, con suerte puede hacer 80 dólares en un día (los precios varían según campos). Y dije que sí, por una semana, ya que estaba allí y era donde la ola me estaba tirando. Otra vez, tenía curiosidad… además estaba impaciente por trabajar. Encontré que podía darle algunos días.

Y no puedo negar que fue divertido. Los campos son lindos y uno se va uniendo con la gente, tanto con los que tienen la misma pega exacta, como con los demás. Esperar el bus a las 5 de la mañana, cuando todavía es de noche, trabajar codo a codo (con algunos, porque varios van a otros partes) y luego llegar agotados a las 5 de la tarde… es dulce. Todos tenemos heridas y moretones (yo hasta me caí de una escalera), pero a la vez todos estamos felices… Nos sentamos, al llegar, en silencio, mientras comemos algo, y nadie tiene ganas de hablar, y apenas después de cerca de una hora vienen los primeros intercambios, nada de forzados y definitivamente cómplices. La mayoría de la gente es aperrada, alegre e interesante, y compartimos ciertas experiencias, aunque a las 9 de la noche ya están todos durmiendo. Y al día siguiente otra vez el ciclo. Además, entremedio me vinieron a buscar mis amigos franceses para llevarme a conocer su propio lugar (un parque de casas rodantes, porque en eso andan) y fue conocer aún a más gente diferente… en esa ocasión totalmente sumergidos bajo un cielo estrellado… de esos cielos increíbles que solo se ven cuando no hay ninguna ciudad grande a poca distancia… cielos irreproducibles, copados de estrellas que ya no existen, y escondiendo las nuevas cuya luz todavía no llega... cielos que ni el mismo Van Gogh puede capturar en su lienzo, y que de alguna forma, y sin evidencia alguna, perduran dentro de uno.

Pero mi trabajo era demasiado malo, y además en mi campo se recolecta por equipos, y mi compañera, Louise, una irlandesa (otra) muy simpática… le tiene miedo a las alturas, entonces yo tuve que agarrar todas las manzanas altas, encaramada en la escalera, y hacer todo el trabajo duro. Además ella se tomó un millón de breaks, entonces el asunto fue medio tenso, porque yo tuve que moverme el doble para que no nos retaran (los empleadores en general son muy pesados), y aún así no hicimos mucho, ni ganamos tanto… y fue atroz acumular rabia, porque la Louise es de las personas más dulces que he visto en mi vida… cada vez que te mira te dedica una sonrisa, pero esas sonrisas de verdad, que al principio te dan vergüenza pero que luego te hacen sentir algo calientito adentro, y además una de las razones por las que me vine acá fue para hacer un break de lo que es ser profesora… y aún así en algún momento tuve que decirle que porfa tratara de sacar más manzanas de las altas porque luego perdía el tiempo corriendo la escalera por todas partes (cada una tiene su escalera), explicándolo todo muy pedagógicamente, y ella casi llorando me contestó “I know, I’ll do better”, y yo casi lloro con ella.

Y luego de encaramarme y de insultar en mi mente, me sentía culpable de hinchar, porque la verdad es que… oh, qué espectacular, mirar los campos desde la altura… qué cosa más preciosa, y a veces encontrarse con unas manzanas tan increíblemente perfectas que casi lo dejan a uno sin habla (eso en cualquier parte del árbol)... Creo que le di hasta besos a un par de esas manzanas, y es que el campo sana… estar allí y sentir ese ritmo… es algo que va calmando por dentro. Uno se va mimetizando y sincronizando con toda esa paz. Ni siquiera se puede trabajar con Ipod, y una está sola en medio de esa inmensidad terrestre… Al principio pensé que me iba a volver loca justamente por eso... pero luego es algo tan maravilloso de sumergirse en... como si todo hubiera estado siempre vivo… como si nadie nunca pudiera hacerle daño a una… lo que es curioso de pensar, ya que la naturaleza también es muy violenta. Muy. Lo que pasa es que la vemos en cámara lenta.

De todos modos luego renuncié, a esa pega en particular, no a mi intención de estar un rato en el campo. Renuncié porque no estaba realmente ahorrando, y porque quiero pasar mi cumpleaños (mayo) viajando por allí (antes de volver a trabajar para nueva tanda de paseos). Y renunciar significó tener que dejar el hostal al terminar la semana (mañana). Así que casi decidí volverme a Brisbane, o irme a Byron Bay (playa de surfistas preciosa, que queda relativamente cerca), para reorganizarme y hacer todas esas llamadas laborales de nuevo, y contactar ojalá a alguien más confiable (lo que al final es pura suerte)… pero los franceses me dijeron que fuera a una agencia de trabajo, Real Work Force (o algo así),y allí me consiguieron pega altiro, una señorona muy elegante y simpática, por un mes… en medio del campo, ¡pero en el campo mismo!, ¡alojando allí mismo! ¡no en el pueblo! que, aún siendo un pueblucho, tiene un súper, y unas plazas preciosas, y unas tiendas curiosísimas (y una cantidad de iglesias impresionante)… y allí alojaré con 7 personas más, en vez de con cerca de 50… y haré lo mismo que hacía antes, recolectar y empaquetar manzanas, pero la paga es mucho mejor… así que lo tomé. Igual me gustaba estar más “urbana”, y tener contacto con más gente (así puedo elegir más a mis amistades, jaja) pero, otra vez, fue adonde me llevó la ola… y en un viaje, seguir la ola es la ley. Todo se me dio, así que nada que discutir. Démosle.

Y en eso estoy ahora… preparándome porque son las 9 de la noche, y mañana a las 10 de la mañana, me vienen a buscar ¡para instalarme en un campo con esa gente desconocida! ¡Miedo! Pero calculo que, si la hago bien, puedo ahorrar entre 2000 y 2300 dólares en el mes. Espero podérmela, porque el trabajo físico es brígido (camino como los vaqueros), pero, si me va mal, siempre puedo volver, o irme a un lado nuevo. Si la gente que va conmigo es amorosa… va a ser espectacular. Si no… bueno, no lo será, jaja… pero me voy de todos modos. Y da un poco de miedo, sí, pero a la vez… qué importa. La vida se hace de a pedazos. Si alguien me hubiera dicho que iba a estar donde estoy ahora, haciendo lo que estoy haciendo… ah, ¿cómo, cuándo, porqué? Pero estoy aquí y estoy bien. Y voy a estar bien allí también. En la vida uno hace cosas que se cansa siquiera de soñarlas… pero porque uno va momento a momento… paso a paso. Es impresionante la cantidad de cosas que todos logramos a lo largo de nuestras vidas, y esta experiencia del campo... será solo una escena, de la mía.

Lo único fome de irme es que, en la semana que estuve aquí, conseguí una especie de familia. Cocinar juntos, compartir la vida… hace que de a poco uno vaya forjando ciertos lazos, y en estas situaciones extremas, lazos que a veces son más fuertes de lo normal (o que se sienten así)… Con el día a día van apareciendo rastros de identidad, y anécdotas, y visiones que comentar y compartir… Mirar la tarde juntos… es tan sencillo para a la vez tan impresionante… mirar la tarde juntos en silencio, y a veces ir a tomarnos unas cervezas en el parque (aquí en el hostal está prohibido)… un parque precioso, con un río resonante y copado de patitos. Muy lindo, y también muy sano.

Yo creo que cualquier mamá (o papá) estaría llorando de orgullo de ver cómo viven sus hijos aquí. Renuncié el jueves, y tuve libre ayer y hoy sábado (acá trabajan a veces hasta de lunes a domingo)… y entonces estuve fuera de la rueda y pude mirarlos… así los escuché partir antes del amanecer, y luego los vi llegar al anochecer… se cocinan, se duchan, y luego en vez de tomar… leen. Todos leen. Así que yo digo, si quieren disciplinar a alguien, no lo manden al servicio militar, mándenlo al campo. Aunque no crean que van a tener mejores cuerpos por trabajarlos todo el día (yo pensé que me iba a encontrar con un ejército de beautiful people, y no es así)… pero sí tendrán mejores bronceados, y un espíritu animoso y rozagante, y cierta bondad venida del contacto con la tierra... cierto respeto por la vida, por verla germinar y crecer, y poder tocarla con las manos de una forma tan humana y a la vez tan cierta... Eso de pasarse el día recolectando manzanas, por ejemplo, y no terminar nunca... expande un poco la visión de cuán increíblemente amplia y majestuosa es la naturaleza, y de cuán pequeños somos en medio de ella...

Ojalá, en todo caso, que de acá a unas semanas me siga pareciendo tan romántico como ahora lo describo. Porque tal vez sea horrible. Pero tal vez precioso y me sienta rejuvenecida y vaya a saber qué más una. Como sea, quiero pasar por la experiencia, ¡y ojalá salir forrada de ella!



He estado muy mala para la fotografía, no sé porqué… y en especial es fome que me da pudor sacarme a la gente nueva, lo que es lejos lo más interesante de fotografear. Pero acá van algunas...


Noche de chicas con mis roomates en Bondi Beach.



Con la Elaine y la Sarah en un momento de amor.



Ventolera en la adorable costanera.




Uno de los típicos edificios en Sydney, King Cross.


Con Stu y la Elaine comiendo rico.



Foto del filete para que mis papás no se preocupen, sí estoy comiendo carne (¡filete, ensalada y de todo a 10 AUD!).




Baño gracioso (con minazo de David Bowie incluido).



Uñas que la Elaine me pintó verde por Saint Patrick (y que todavía están verdes porque no tengo coso para remover la pintura).



Al borde del coma en camino al campo (la última noche en Sydney la pasé de largo).



Entrando a lo rural...



La temporera.



El botín.



Paseando por el río de Stanthorpe en la tarde post trabajo.