sábado, 2 de abril de 2011

2 x 1

Y para variar escribo de un lugar estando en otro. De mis últimos días en Sydney, cuando ya estoy en Stanthorpe, pueblo en medio de la nada, en donde ando de temporera. Es que todo pasa demasiado rápido. Decidí quedarme hasta octubre en Australia (la fecha máxima de vuelta de mi pasaje), también, en vez de volverme la próxima semana, ¡es que tengo demasiado que hacer!, ¡y pasan demasiadas cosas! Este viaje es demasiado emocionante… nunca sé qué se va a venir… cada día es una aventura. Y puedo haber tenido algunos momentos malos (algunos muy malos) en medio de ello, pero… a quién le importan. La curiosidad es demasiado grande. No puedo irme ahora. Sigo sintiendo que esto está apenas empezando, aunque ya me ha pasado tanto que cuando hago recuentos mentales hasta me mareo un poco (fanfarroneando).

Es más: Si me hago extremadamente rica y soy extremadamente feliz, incluso pierdo el pasaje de LAN y me quedo hasta el final… ¡hasta el último minuto donde puedo trabajar! Diciembre, y luego quién sabe si me voy a viajar por el mundo y vuelvo a principios del próximo año jaja… aunque quizá acá ya me estoy pasando un poco. La cosa es que, por ahora, me quedo, hasta octubre. Confirmado. Y lo bueno es que sé que, si por algún motivo extremo, me canso o me amargo, bastan un par de llamadas a mis papás para que adelanten mi pasaje (posiblemente pagando la multa), sin echármelo jamás en cara. Algunos dirán que eso es ser mimada, pero yo digo que es estar protegida. Puedo experimentar toda esta realidad y probarme a mí misma porque sé que, si las cosas llegan muy lejos, voy a recibir ayuda… y eso en general, en vez de hacerme débil o llorona, me hace más fuerte. Tengo menos miedo a intentar las cosas. La práctica hace al maestro y en general logro hacerme cargo, de mí misma… aunque, claro, nunca he tenido que hacer algo demasiado difícil… pero siempre me han enseñado a no tenerle miedo a la difícil, así que el día en que me toque… pretendo hacerlo con gracia.

Mis días en Sydney fueron divertidos y también particulares. Apenas tuve contacto con los otros chilenos… el intercambio fue complicado y poco sincronizado, pero en vez logré encontrar cierto nicho con la gente de mi backpacker, en Bondi. Un montón de personas de diferentes nacionalidades, varios viviendo allí mismo y haciendo la Work and Holiday, también. Conocí a mucha gente más, aparte de mis ex roomates Sarah y Elaine. Phil, un italiano/irlandés de 24 que me enseñó a jugar póker y con quien nos sentábamos a mirar la tarde. Barry, otro irlandés, de 25, que trató de ayudarme a encontrar pega y quien trató – en vano – de pasarme su ringtone de “Knocking on Heaven’s Door”. Ankan, un hindú, de 30, con quien veíamos películas francesas en el living a altas horas de la noche. Rachel, otra irlandesa (está lleno de irlandeses), de 38, que fue mi roomate y que aún luego de que se fue del hostal vino un par de veces a copuchentear conmigo en la terraza. Sergei, un ruso de 27, con quien cocinábamos juntos, y a quien le rompí todos los platos por jugar con el pie con la mesa (y eventualmente casi darla vuelta)… un ruso lo suficientemente caballero como para no decirme nada (jeje). Molly y Laura, dos hermanas inglesas, de 22 y 24, que también fueron mis roomates y una de ellas era fanática de la fórmula uno, por lo que no se movió de la pieza cuando dieron la competencia en la tele y en su entusiasmo hasta logró contagiarme. Niamh, otra irlandesa más, de 22, que casi me consigue trabajo en su propio campo y que se viste siempre de negro con el pelo rojo brillante, y Lucy, su amiga, también de 22, que casi me consigue pega de controladora de tráfico (pero era un cacho hacer todos los trámites legales). Alistair, también irlandés, de 25 años, que me enseñó a tomar snake bites (mitad sidra, mitad cerveza, un chorrito de raspberry y violá, exquisito) y que es demasiado demasiado divertido, pero a través de un humor negro y macabro que por algún motivo me hacía sentir muy cómoda. Y así. Muchas personas abiertas, en su propia onda, pero en general muy dispuestas a conocerte y a querer ayudarte. Es la noción del backpacker, también… ayudar y permitirse ser ayudado. Y compartir entremedio. Y estar cómodos unos con los otros, aún si uno aún no se conoce, porque el mero hecho de andar mochileando significa que hay mucho en común, y que hay que cuidarse mutuamente.

La vida pasa tan rápido cuando uno está en contacto con tanta gente... En cierto modo, al final decidí partir justo por eso, porque se me pasaban la horas y no fui muy eficaz en encontrar pega (aunque también es cosa de suerte), y me deprimía un poco viendo llegar a mis hostalamiguis todas las tardes de sus propias pegas, carreteados y cada vez más ricos, mientras a mí maní. Pero sí fui capaz de disfrutar los pequeños intercambios de la vida. Y no solo fue el intercambio con los del hostal, sino que también de los amigos de ellos, en especial de la Elaine… la Elaine que, aún cuando se cambió a un departamento, me siguió invitando a todos sus carretes… así conocí a tantos amigos suyos, muchos allí de paso, y a su nueva roomate Calli, una nortamericana que me invitó a “dinner parties” en su casa, y a su otra roomate Emily, quien trabaja en “flirt phone” y a quien casi le acepté la pega (pero era un poco extreme) (o bastante, jaja)… es que qué pega tan bien pagada.

Sydney es un lugar tan agradable, también… tan pero tan lindo. Nunca una ciudad me ha gustado tanto (excepto Santiago) (son fan de Santiago) (y Bangkok)… tiene casitas sencillas y coloridas, que parecen ochenteras, y calles retorcidas como si fuera Europa (aunque nunca he ido a Europa)... y esa costanera espectacular frente al mar que caminé absolutamente cada día, muchas veces ante la desesperación de mis party roomates, que querían ir luego a “go hit the city” y tenían que esperarme. Pero el otoño ya había llegado a Sydney, y todos mis amigos se fueron yendo de a poco. Y yo me sentí estancada.

Así que yo también me fui. Tuve un ataque de impaciencia y resolví irme a trabajar al campo, y entre que lo decidí y que efectivamente estuve allí pasaron menos de 3 días. Y tuve hasta una despedida, y luego la Elaine diciéndome “keep in touch, my lovely girl” (aww), así que me fui feliz y sintiéndome muy querida... aunque también con una sensación de impaciencia.“y ahora qué”, me pregunte a mí misma, expectante... pero ya lo vería.

Venirse, en todo caso, fue bastante fácil. En Sydney me hice amiga de unos franceses que luego se fueron al campo, para de ahí bombardearme con mensajes hablándome de sus bondades y de cómo, si venía aquí, “you are going to be reach” (jaja) (los franceses no le pegan mucho al inglés), y eso fue suficiente para mí. Es que cuando uno viaja forja caminos así… va adonde a uno le dicen, aparece donde a uno lo invitan. Así que luego de algunos días (no fui demasiado difícil) tomé mis pilchas y partí… aunque para llegar tuve que tomar transfer, avión, metro y bus, y gastar el equivalente a media semana de trabajo… pero como dice mi otro buen amigo Phil “you have to spend money to gain money”. Y así llegué al hostal principal, Backpackers of Queensland, a 220 kilómetros de Brisbane (creo), donde el clima es tan fresco y verde como la región metropolitana de Chile en primavera, y donde las hojas de los árboles se movían como recibiéndome. El Backpackers of Queensland es un hostal de trabajo, lo que significa que toda la gente que está aquí trabaja en el campo… lo que a su vez es bastante dulce de ver… gente fuerte y optimista, y nunca se oye a nadie quejándose. Es heavy, porque hay algunos trabajos bien pagados pero horrorosos, como recoger verduras y pasarse el día entero agachándose. Hasta los tipos más rudos (entre ellos, uno que trabajó en construcción un año entero) dicen, cuando yo consuelo “but you are get used to it”, “you never get used to it”, pero con una sonrisa, y luego a otra cosa mariposa.

Venirse, sí, fue fácil, pero luego mi llegada fue difícil.. Había hablado con el dueño del hostal, desde Sydney, y me había asegurado pega, pero luego cuando llegué aseguró que “nunca habíamos hablado”, y que no había nada. Doug, se llama, y es bastante raro, y no muy confiable. Luego los trabajos que uno puede tener aquí, pueden ser pagados o por cantidad (cuántas cajas de fruta o de verdura uno llena) o por hora, y los primeros son muy mal pagados, mientras que los segundos muy bien… 18,50 la hora, lo que en realidad es el sueldo mínimo australiano (pero que a nosotros nos viene bien). Y la mayoría de la gente que se viene al campo es porque quieren alargar su Work and Holiday visa, lo que los europeos pueden hacer si trabajan tres meses en el campo, por lo que no les importa no ganar demasiado, y tomar la pega que venga. Pero ese último no es mi caso.

Y ahí estaba yo, sola en medio del descampado, un domingo en la tarde, varada y todavía cesante, pese al gran y temerario pique, todavía sin respuestas. Entonces le pregunté a Doug si podía quedarme en el hostal, al menos hasta el día siguiente, para organizarme de nuevo, y encontrar algo, y respondió que solo podían quedarse los que trabajaban allí… para a continuación ofrecerme la pega peor pagada del sector, recolectando manzanas, como para “salvarme”… una en un campo donde, si uno trabaja de 6 am a 4 pm y corriendo, con suerte puede hacer 80 dólares en un día (los precios varían según campos). Y dije que sí, por una semana, ya que estaba allí y era donde la ola me estaba tirando. Otra vez, tenía curiosidad… además estaba impaciente por trabajar. Encontré que podía darle algunos días.

Y no puedo negar que fue divertido. Los campos son lindos y uno se va uniendo con la gente, tanto con los que tienen la misma pega exacta, como con los demás. Esperar el bus a las 5 de la mañana, cuando todavía es de noche, trabajar codo a codo (con algunos, porque varios van a otros partes) y luego llegar agotados a las 5 de la tarde… es dulce. Todos tenemos heridas y moretones (yo hasta me caí de una escalera), pero a la vez todos estamos felices… Nos sentamos, al llegar, en silencio, mientras comemos algo, y nadie tiene ganas de hablar, y apenas después de cerca de una hora vienen los primeros intercambios, nada de forzados y definitivamente cómplices. La mayoría de la gente es aperrada, alegre e interesante, y compartimos ciertas experiencias, aunque a las 9 de la noche ya están todos durmiendo. Y al día siguiente otra vez el ciclo. Además, entremedio me vinieron a buscar mis amigos franceses para llevarme a conocer su propio lugar (un parque de casas rodantes, porque en eso andan) y fue conocer aún a más gente diferente… en esa ocasión totalmente sumergidos bajo un cielo estrellado… de esos cielos increíbles que solo se ven cuando no hay ninguna ciudad grande a poca distancia… cielos irreproducibles, copados de estrellas que ya no existen, y escondiendo las nuevas cuya luz todavía no llega... cielos que ni el mismo Van Gogh puede capturar en su lienzo, y que de alguna forma, y sin evidencia alguna, perduran dentro de uno.

Pero mi trabajo era demasiado malo, y además en mi campo se recolecta por equipos, y mi compañera, Louise, una irlandesa (otra) muy simpática… le tiene miedo a las alturas, entonces yo tuve que agarrar todas las manzanas altas, encaramada en la escalera, y hacer todo el trabajo duro. Además ella se tomó un millón de breaks, entonces el asunto fue medio tenso, porque yo tuve que moverme el doble para que no nos retaran (los empleadores en general son muy pesados), y aún así no hicimos mucho, ni ganamos tanto… y fue atroz acumular rabia, porque la Louise es de las personas más dulces que he visto en mi vida… cada vez que te mira te dedica una sonrisa, pero esas sonrisas de verdad, que al principio te dan vergüenza pero que luego te hacen sentir algo calientito adentro, y además una de las razones por las que me vine acá fue para hacer un break de lo que es ser profesora… y aún así en algún momento tuve que decirle que porfa tratara de sacar más manzanas de las altas porque luego perdía el tiempo corriendo la escalera por todas partes (cada una tiene su escalera), explicándolo todo muy pedagógicamente, y ella casi llorando me contestó “I know, I’ll do better”, y yo casi lloro con ella.

Y luego de encaramarme y de insultar en mi mente, me sentía culpable de hinchar, porque la verdad es que… oh, qué espectacular, mirar los campos desde la altura… qué cosa más preciosa, y a veces encontrarse con unas manzanas tan increíblemente perfectas que casi lo dejan a uno sin habla (eso en cualquier parte del árbol)... Creo que le di hasta besos a un par de esas manzanas, y es que el campo sana… estar allí y sentir ese ritmo… es algo que va calmando por dentro. Uno se va mimetizando y sincronizando con toda esa paz. Ni siquiera se puede trabajar con Ipod, y una está sola en medio de esa inmensidad terrestre… Al principio pensé que me iba a volver loca justamente por eso... pero luego es algo tan maravilloso de sumergirse en... como si todo hubiera estado siempre vivo… como si nadie nunca pudiera hacerle daño a una… lo que es curioso de pensar, ya que la naturaleza también es muy violenta. Muy. Lo que pasa es que la vemos en cámara lenta.

De todos modos luego renuncié, a esa pega en particular, no a mi intención de estar un rato en el campo. Renuncié porque no estaba realmente ahorrando, y porque quiero pasar mi cumpleaños (mayo) viajando por allí (antes de volver a trabajar para nueva tanda de paseos). Y renunciar significó tener que dejar el hostal al terminar la semana (mañana). Así que casi decidí volverme a Brisbane, o irme a Byron Bay (playa de surfistas preciosa, que queda relativamente cerca), para reorganizarme y hacer todas esas llamadas laborales de nuevo, y contactar ojalá a alguien más confiable (lo que al final es pura suerte)… pero los franceses me dijeron que fuera a una agencia de trabajo, Real Work Force (o algo así),y allí me consiguieron pega altiro, una señorona muy elegante y simpática, por un mes… en medio del campo, ¡pero en el campo mismo!, ¡alojando allí mismo! ¡no en el pueblo! que, aún siendo un pueblucho, tiene un súper, y unas plazas preciosas, y unas tiendas curiosísimas (y una cantidad de iglesias impresionante)… y allí alojaré con 7 personas más, en vez de con cerca de 50… y haré lo mismo que hacía antes, recolectar y empaquetar manzanas, pero la paga es mucho mejor… así que lo tomé. Igual me gustaba estar más “urbana”, y tener contacto con más gente (así puedo elegir más a mis amistades, jaja) pero, otra vez, fue adonde me llevó la ola… y en un viaje, seguir la ola es la ley. Todo se me dio, así que nada que discutir. Démosle.

Y en eso estoy ahora… preparándome porque son las 9 de la noche, y mañana a las 10 de la mañana, me vienen a buscar ¡para instalarme en un campo con esa gente desconocida! ¡Miedo! Pero calculo que, si la hago bien, puedo ahorrar entre 2000 y 2300 dólares en el mes. Espero podérmela, porque el trabajo físico es brígido (camino como los vaqueros), pero, si me va mal, siempre puedo volver, o irme a un lado nuevo. Si la gente que va conmigo es amorosa… va a ser espectacular. Si no… bueno, no lo será, jaja… pero me voy de todos modos. Y da un poco de miedo, sí, pero a la vez… qué importa. La vida se hace de a pedazos. Si alguien me hubiera dicho que iba a estar donde estoy ahora, haciendo lo que estoy haciendo… ah, ¿cómo, cuándo, porqué? Pero estoy aquí y estoy bien. Y voy a estar bien allí también. En la vida uno hace cosas que se cansa siquiera de soñarlas… pero porque uno va momento a momento… paso a paso. Es impresionante la cantidad de cosas que todos logramos a lo largo de nuestras vidas, y esta experiencia del campo... será solo una escena, de la mía.

Lo único fome de irme es que, en la semana que estuve aquí, conseguí una especie de familia. Cocinar juntos, compartir la vida… hace que de a poco uno vaya forjando ciertos lazos, y en estas situaciones extremas, lazos que a veces son más fuertes de lo normal (o que se sienten así)… Con el día a día van apareciendo rastros de identidad, y anécdotas, y visiones que comentar y compartir… Mirar la tarde juntos… es tan sencillo para a la vez tan impresionante… mirar la tarde juntos en silencio, y a veces ir a tomarnos unas cervezas en el parque (aquí en el hostal está prohibido)… un parque precioso, con un río resonante y copado de patitos. Muy lindo, y también muy sano.

Yo creo que cualquier mamá (o papá) estaría llorando de orgullo de ver cómo viven sus hijos aquí. Renuncié el jueves, y tuve libre ayer y hoy sábado (acá trabajan a veces hasta de lunes a domingo)… y entonces estuve fuera de la rueda y pude mirarlos… así los escuché partir antes del amanecer, y luego los vi llegar al anochecer… se cocinan, se duchan, y luego en vez de tomar… leen. Todos leen. Así que yo digo, si quieren disciplinar a alguien, no lo manden al servicio militar, mándenlo al campo. Aunque no crean que van a tener mejores cuerpos por trabajarlos todo el día (yo pensé que me iba a encontrar con un ejército de beautiful people, y no es así)… pero sí tendrán mejores bronceados, y un espíritu animoso y rozagante, y cierta bondad venida del contacto con la tierra... cierto respeto por la vida, por verla germinar y crecer, y poder tocarla con las manos de una forma tan humana y a la vez tan cierta... Eso de pasarse el día recolectando manzanas, por ejemplo, y no terminar nunca... expande un poco la visión de cuán increíblemente amplia y majestuosa es la naturaleza, y de cuán pequeños somos en medio de ella...

Ojalá, en todo caso, que de acá a unas semanas me siga pareciendo tan romántico como ahora lo describo. Porque tal vez sea horrible. Pero tal vez precioso y me sienta rejuvenecida y vaya a saber qué más una. Como sea, quiero pasar por la experiencia, ¡y ojalá salir forrada de ella!



He estado muy mala para la fotografía, no sé porqué… y en especial es fome que me da pudor sacarme a la gente nueva, lo que es lejos lo más interesante de fotografear. Pero acá van algunas...


Noche de chicas con mis roomates en Bondi Beach.



Con la Elaine y la Sarah en un momento de amor.



Ventolera en la adorable costanera.




Uno de los típicos edificios en Sydney, King Cross.


Con Stu y la Elaine comiendo rico.



Foto del filete para que mis papás no se preocupen, sí estoy comiendo carne (¡filete, ensalada y de todo a 10 AUD!).




Baño gracioso (con minazo de David Bowie incluido).



Uñas que la Elaine me pintó verde por Saint Patrick (y que todavía están verdes porque no tengo coso para remover la pintura).



Al borde del coma en camino al campo (la última noche en Sydney la pasé de largo).



Entrando a lo rural...



La temporera.



El botín.



Paseando por el río de Stanthorpe en la tarde post trabajo.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

¡¡Que linda la experiencia de trabajar en el campo¡¡ me encantaria hacerlo .Muy enriquecedora de experiencias tu viaje y que valiente.

Eduardo Graça dijo...

Lindo, adelante!

Fer dijo...

Hay que eres positiva! como disfrutas de tu trabajo, me haces sentir tan culpableeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee jajajajaj
oie una consultita, es que yo pensaba (no sé si lo leí por ahí o sólo tenía la esperanza de que fuera así) que nosotras (chilenas) también teníamos la posibilidad de extender la visa si trabajábamos 3 meses en el campo...no es así entonces? :(

que estés bien! yo sigo leyendo :)

galgata dijo...

Jajajaja... no!! no podemos extender la visa, sin importar qué hagamos, así que no hay necesidad de irse a los campos si no te gusta :) (aunque se gana bien).

Pd: Hay gente chilena que se va quedando más tiempo pero con la visa de estudiante... pueden trabajar menos horas a la semana, eso sí. O con la de turista y trabajan ilegalmente... no es tan difícil encontrar, aunque la paga no es buena.