miércoles, 4 de enero de 2012

Banda sonora OZ y alrededores, parte 3.

Y llegamos a la mitad del recorrido... ta-ta-tánnn....

25. "Famous Blue Raincoat", de Leonard Cohen.

Esta es de las canciones que tengo pegadas casi del inicio de los tiempos. Y me la pasé cantándola durante casi todo el viaje, sin nada especial que contar al respecto… porque fue solo ese ritmo hipnótico, esa voz firme pero tierna, y esa parte maravillosa – y enigmática – donde dice “my brother, my killer”, ¿qué querías decir con eso, mi querido Leonard?

Leonard Cohen fue mi momento de descanso mental, él y yo compartiendo un momento simbiótico en alguno de esos viajes interminables, esos compuestos de horas de horas tocando el vidrio de la ventana del auto con los deditos y mirando todo lo que se pueda más allá de ellos, soñando, soñando. Cohen canturreando dulcemente en mis oídos, ese ritmo perfecto, como a trompeticones perfectamente coordinados, y en mi interior solo ese espacio de paz.



26. "Ganbare", de Sash!

Sash!, es  otro grupo que termina con signo de exclamación, y que es parte de los que hicieron el primer tecno. En Chile escucharlo provoca que se mofen casi todos mis amigos, pero yo igual no lo he dejado. Es que encuentro que tiene tan buen ritmo, y me encanta el entusiasmo que demuestran. La verdad es que me gusta mucho.

Para mi sorpresa, a los europeos les gusta también. Cuando me pedían el Ipod y se encontraban con ellos quedaban felices. Una amiga incluso comentó una vez como si me descubriera, “Maria, you are a party girl!”, lo que fue especialmente gracioso considerando que en Chile me habrían dicho “you are a non-party girl!”, aunque aquí ya estoy hablando como una amargada, jajaja.

La cosa es que Sash! tiene muchas canciones buenas, como “La primavera”, “Ecuador”, “Stay” o “Encore une Foir" y que suele escribir estas canciones en varios idiomas (“La primavera”, por ejemplo, está en italiano, y el resto de los ejemplos en castellano, inglés y francés), tal vez como para animar el espíritu de fiesta universal, intentando incluirlos a todos.

“Ganbare” está en japonés, y lo elegí como ejemplo de Sash!… por el mero hecho de que me lucí con ella. Es que en el campo de tomates, mi tercera (y más larga) pega en Stanthorpe, éramos puras mujeres, y todas japonesas menos la Anne (holandesa), la Birget (lituana), y yo. Y una tarde en que se había acabado la hora de almuerzo y las niponas se demoraban en retomar, exclamó “Ganbare!” así como por evocar algo, sabiendo solamente que era en su idioma… y causando una carcajada general no solo de sorpresa, sino que también de notoria buena onda. "¿Cómo fue que caché tanto?", me felicité a mí misma. Guau.

Igual yo había imaginado que tenía que ser algo positivo, dado el carrete que promueven los que la eligieron como título, pero pensé que iba a ser algo como “hola guapo”, "qué bueno fiesta", o de esas cosas que a uno le dicen los que no saben castellano y tratan de presumir con ello – como uno. Pero la Manami, mi roomate me explicó después que “ganbare” significa “haz tu mejor esfuerzo” (“do your best”, me dijo ella), así que plink: centro de la diana.

Todo gracias a Sash!



27. “God Only Knows”, de The Beach Boys.

Esta canción siempre me ha encantado. Tiene una melodía muy distinta, cambiante y juguetona, que sorprende un poco y que me gusta mucho reproducir. Además, la letra es muy romántica, aunque si una la escucha con atención dice cosas inesperadas como “si alguna vez me dejas, créeme que voy a seguir adelante”, y luego el contradictorio coro “solo Dios sabe qué haré sin ti”. Yo la canturreo por ciclos desde hace años.

Cuando subí por la costa este con mi amiga Anne, en Airlie Beach, conocí a un alemán, Strom. Electrónico, dulce, grandes músculos, un aire a Scott Speedman, 30 años. Tuvimos cierto flechazo, y compartimos algunos días buenos, en que me llevó a pasear por todos lados en su jeep. Le encantaba la naturaleza, y a mí también, así que los paseos outdoor que hacíamos eran muy power.

Por eso, la Anne se aburrió y partió al norte, Cairns, mientras yo me quedé un poco más, a pedido del germano que quería conocerme mejor (y yo a él). Pero no pasó mucho antes de que se pusiera raro, y de que dijera que necesitaba espacio y cosas del tipo. Aunque igual me gustaba, no me afectó demasiado, porque un romance viajero por definición no es largo, y partí tras de la Anne unos días después, juntándonos en Cairns justo para su cumpleaños. Era lo que habíamos planeado desde un comienzo.

Strom, para nuestra sorpresa, llegó siguiendo mis pasos menos de una semana después. Decía haber cambiado y que quería intentarlo de nuevo.

Pero no estaba listo. Seguía preocupado de que las cosas fuesen muy fuertes. Una noche cualquiera, caminando los dos frente a la costanera marítima, me puse a tararear esta canción, la de los Beach Boys. Era una noche preciosa. Rápidamente Strom se detuvo, pálido y preguntó, con pavor, “are you trying to say me something?”. Yo, un poco confundida, contesté “it’s just a song”. Pero él no me creyó, y volvió a preguntarme, angustiado, “have you fallen for me?”.

Yo le tenía mucho cariño, pero claro que no estaba enamorada de él. Así se lo dije, pero él no me creyó. Parecía tan afectado que hasta yo misma me pregunté si mi subconsciente estaría cantándome esa canción por algún motivo específico y particular. “¿Y si es cierto?” me pregunté entonces, con el mismo pavor compartido. Más terrorífico que enamorarme, era que obviamente no iba a ser un sentimiento bien recibido.

Pero no era así. Y cuando volví a separarme de él, me mantuve cantando la canción. Y unos pocos días después, conocí a Andy, mi favorito (del que no he hablado, lado B), un australiano absolutamente encantador. Y mientras caminábamos en la noche, por la misma playa (yo seguía en Cairns), se me deslizó la misma canción.

“¡Qué hago ahora!”, me pregunté a mí misma cuando pasó. Qué horror. Pensé que Andy iba a salir corriendo en ese preciso momento, como casi hace Strom. Pero se limitó a preguntar “you fancy some pizza?”, y luego a comentar, como para sí mismo, “you do have a nice voice”.



Agrego la versión de Bowie, pequeña joyita bonus track. 



28. “Got Us Falling In Love Again”, de Usher con Pitbull.

Éste era (y tal vez siga siendo) el gran hit de las discoteques australianas. La tocaron en cada dance club al que fui, siempre en lugares donde la gente estaba dando la vida en las pistas de baile y nada menos que eso.

Es una canción muy linda, y tiene una letra de lo más inspiradora. Y cada vez que la escucho es como si mi cuerpo se pusiera a bailar solo.

“Quizá esta noche el DJ nos haga enamorarnos otra vez”, es el coro que se repite y repite. Y todos los tontones saltando al ritmo de esperar que el DJ hiciera de hada madrina, Úrsula de “La sirenita”, o lo que fuera. Todos soñando con ese momento donde la vida cambia para siempre, y soñando en saltarina comunidad.

Así es mucho más fácil esperar.



29. “Hallelujah”, de Rufus Wainwright.

Esta canción es original de Leonard Cohen, pero es de Wainwright la versión que más me gusta. Con su voz rasposa y su intensidad, simplemente parece estar disfrutándolo, en vez de estar dando acertijos musicales – como Cohen – que hacen que uno luego se vaya de cabeza al Google. Es que a Cohen le gusta hablar en clave. Como a Borges. 

Pese al título, esta canción no es religiosa, aunque hay una versión hecha para las iglesias, como pasa aquí en Chile con “The Sounds of Silence”, de Simon and Garfunkel. Y estaba yo en Franz Josef, Nueva Zelanda, sentada (echada) en el sillón de la sala comunitaria, cuando me encontré con esa versión haciendo zapping, y la dejé, presa de la curiosidad… y de la magia que significan las armonías bien hechas. Era un grupo religioso muy meticuloso, de góspel, la mayoría de raza negra. Cantaban muy bien, y tenían una expresión muy seria, casi de éxtasis, y también de mucha importancia.

Algunos amigos se rieron, por el mero hecho de estar viendo una misa televisada, pero Nick, un amigo inglés de 26 años se sentó en el sillón a mi lado. Me dijo “you know the original song isn’t about religion, do you?”. “Yes”, contesté yo, “but haven’t got a clue of what is it about”. “Sex", indicó. Pero tampoco supo explicarme bien ni cómo ni porqué. Así que nos quedamos en silencio, escuchándola.

Fue un momento encantador. 

Para mí, esta canción es una bendición. Sin importar si es la versión original y pagana, o la cristianizada. Con su repetición, adora, y con su profundidad, provoca eso que no sale describir. Es otra de las que me gusta escuchar, tocando los paisajes tras las ventanitas del bus, cuando estoy viajando. 



La versión de Cohen (media lentonga para mi gusto).



Y una de las versiones religiosas que encontré. La intro es media larga, pero es buena. Además, la principal pronuncia muy bien al cantar, entonces se entiende la letra y uno puede hacer comparaciones con la original.




30. “Hasta que te conocí”, de Juan Gabriel.

Byron Bay, Australia, en julio. Adam y yo cocinando frente al mar, con la cocinilla de su casa rodante. Mejor dicho: Adam cocinando, y yo tocando guitarra. Muy mimada.

Adam era (es) un pinche australiano que tuve durante las últimas semanas de mi viaje. Surfista, skater, 28 años, hippie-que-dice-que-no-es-hippie, guapísimo. Matemático y economista, estaba sacando la pedagogía para hacer clases en media, aunque en ese momento estaba en un break vacacional. Y ahí fue que nos conocimos.

En algún momento me aburrí de tocar guitarra, y entonces él me dijo que pusiera algo con mi Ipod, en sus parlantes. Yo decidí tocar algunas canciones latinas, ya que Adam viajó por Sudamérica antes y conoce la cultura y el idioma. Y de pronto me encontré con Juan Gabriel, y a mí me gusta mucho Juan Gabriel. Así que elegí: “Hasta que te conocí”.

La versión que tengo de esa canción (¡que la encontré!) empieza de un modo absolutamente histriónico y como de a pedazos. Es perfecta y llega a parar los pelos. Así que, respetando el espíritu melodramático que tiene, decidí no solo mostrarle la canción, sino que también actuarla, como si yo misma fuera Juan Gabriel… haciendo no solo las partes cantadas, sino que también esas en las que hay silencio y todo el aire parece brillar, en expectación de que Juanga haga algo.

"No me provoques". Directo al corazón.

Y era la noche, y el mar rugía, y yo figuraba haciendo esta performance con fingida seriedad, en mi tenida vacacional y con mi gran gorro de conejo, en plena costanera aussie y mis pasos retumbando en el pavimento al bailar.

Fue toda una actuación. Di la vida en ella. Y me costó, pero logré que Adam dejara la olla y viniera a bailar conmigo, los dos tomados de las manos, como hacen las parejas mayores, y diéramos vueltas, y vueltas y vueltas.

Y vueltas.

Qué noche espectacular.



31. “Hey Mickey”, de Tony Basil.

Esta canción la encuentro un poco cargante, pero igual la tuve pegada durante mucho tiempo, a causa de mi amiga Miki, una colega japonesa en el campo de tomates.

Cuando le pregunté por primera vez su nombre, me dijo “Miki, as the song” (aunque no se escribe igual) y luego me la cantó, a voz en cuello, medio bailando. “Oh, Miki you’re so fine”, le comenté en broma, a lo que ella contestó “yes, I am”, con una sonrisa nipona destructora de montañas.

Lo encontré top. Las japonesas en general no son tan extrovertidas, y esta Miki era un caso. Peleaba con el jefe, y tenía un pololo belga al que siempre retaba porque “he talks too much”, y eso que el belga era un pan de Dios. Daba gracia verlo, cuando una estaba del lado de la gente que ella quería. Si no, miedo.

Yo creo que me duró tanto, porque cada vez que con la Anne hablábamos del campo, la recordábamos y la  canturreábamos de nuevo.



32. “Huasa”, de Felipe Carvallo.

Felipe Carvallo es un amigo que tengo desde hace más de 10 años, y que hoy está casado con una de mis mejores amigas. Es seco para la música y escribe unas canciones bacanes. Pese a su gran talento, solo estudió música un año, antes de hacerse publicista y arquitecto. Yo espero (y acá presiono otra vez, jaja) que eso no lo aleje completamente de las pistas musicales.

Esta canción la bajé de su MySpace y fue parte de mi carpeta “Lalala” durante todo mi viaje. Es que tiene un tono sereno, y habla de cosas chilenas como andar en micro. Y es muy linda.

Escucharla me hacía sentir cerca de Chile y cerca de mi casa, cuando estaba lejos. Además, cuando lo pasaba mal, era otra de esas que me recordaba que no está mal llorar, porque el que canta dice “hoy día en la micro tuve una idea, voy a llorar sin que nadie me vea”, y así sugiere cómo el solo hecho de poder hacerlo pasa a ser un consuelo.

Es que cuando uno lo pasa mal en Chile, cerca de los suyos, uno no puede andar llorando públicamente porque luego tiene que dar explicaciones (fome). Las micros, irónicamente, son un lugar privado en comparación porque uno se encuentra con menos gente allí, y además esa gente no es como que vaya a preguntarle a uno.

Durante mi viaje, yo podría haber llorado en cualquier parte, porque nadie me conocía (en principio) y esa es otra cosa feliz que me recordaba la canción. Pero la verdad es que pocas veces tuve la necesidad de hacerlo.



33. “I Am A Passenger”, de Iggy Pop.

Esta canción es un TEMAZO. Una de las cosas más alegres, melódicas, rítmicas y estimulantes que he oído. En ella prácticamente lo único que pasa es que Iggy Pop cuenta que es “a passenger” y que “I ride and I ride”, apoyado por unos “lala lala lálalala” del coro, que vocaliza el guapísimo de David Bowie (lo amo), y que ayudan a dibujar el vértigo y la felicidad del viaje.

Para mí, esta canción habla de lo que es ser un pasajero en la vida. Todos estamos en ella, y eso significa carrusel: cosas buenas, cosas malas, cambios, cambios, cambios: vida. Vida que nos está pasando a todos, aunque a veces no lo parezca. 

Aparte, por la semántica me recuerda a un chiste que leí en internet que dice que, cuando uno se muera, uno debiera llegar todo carreteado al cielo exclamando “What a ride!” (está en inglés el chiste, y no hay traducción exacta), así que también pura inspiración.

Cuando me pasan cosas buenas esta canción me hace reír, y cuando me pasan cosas malas, me hace tomarlo como algo natural. Siempre me recuerda que soy una humilde pero importante parte del engranaje actual, y que soy parte del juego: que estoy aquí. Eso me hace sentir agradecida y orgullosa a la vez. Me emociona. Sigo en pie, queridos, y nuevas cosas van a pasar. Y estoy feliz de compartir esta existencia con ustedes.

En Australia me pasaron millones de cosas, así que fue especialmente alegre escucharla, tanto arriba como abajo de la montaña rusa.



What a ride! (el chiste) (de serlo).



34. “I Don’t Believe In The Sun”, de The Magnetic Fields.

Esta canción es terrible. Habla de un tipo que perdió a su amor, entonces ya no cree en el sol, porque ya “no brilla para él” cuando "sigue brillando sobre todos los demás". Dice cosas tan tristes y tan lindas como que “since you’ve gone away it’s nightime all day… and it’s usually raining too” (aw), y remata con la idea de que deberían hacerle una revisión a la astronomía, porque además del sol, “the moon to whom the poets croon has given up and died”. Una tragedia.

Pero una tragedia linda, porque es tan dulce cómo este tipo es capaz de expresar que se le cayó el universo cuando se le fue este amor, que llega a ser un dolor bonito y que además el extremismo hasta hace tragicómico, entonces uno puede reírse un poco de ello (incluso cuando a uno mismo le está pasando). Toda la lírica es preciosa y muy gráfica, y además la acompaña una melodía suave y acariciante, que a mí me gusta mucho reproducir. Es tan así para mí, que esta canción es otra de esas que tengo pegadas desde el inicio de los tiempos, por lo que pueden imaginar que en el viaje la tarareé bastante, en especial en momentos de extremo relajo o descuido, ya que igual evito cantarla frente a la gente (la letra es demasiado amargada y no quiero ser aguafiestas) (ni mostrar la hilacha cuando la gente me pregunte porqué me he visto atraída a una canción de contenido tan dramático).

En Stanthorpe fue una de esas ocasiones en que la dejé salir. En mi segundo trabajo, me tocó recolectar manzanas, junto a la Anja, mi compañera de equipo. Las tardes eran interminables, y la canción en cierto modo me consolaba, así que le di y le di. A la Anja le encantó y quiso aprendérsela, aunque se puso un poco triste cuando se fijó en la letra. Luego, esto dio cabida a compartir canciones, y así ella me enseñó una africana que aprendió cuando se fue de misiones a Kenia, mientras que yo le enseñé la “Señora Santana", porque estaba en castellano y ella quería saber más del idioma, y después ella una alemana sobre un perrito.

A pesar de que con la Anja luego tuvimos conflictos personales, la canción de Magnetic ya no solo me recuerda al dolor de ese pobre hombre, sino que también a un sembrado de manzanos, y a un otoño amable y silvestre en donde el sol me encontró manoseando la fruta y compartiendo melodías internacionales.



35. “I Will Survive”, de la Gloria Gaynor.

Típica del karaoke, la verdad es que solo viene a mi mente cuando llega la hora de cantarla, porque queda justo en mi tono y me sale bien. Tengo muchos recuerdos con ella, porque la he elegido varias veces en estos karaokes, a lo largo de mi ya-no-tan-corta vida. También me gusta bailarla de cuando en vez.

Uno de mis recuerdos favoritos al respecto fue en Cairns, a finales de junio. La Anne y yo habíamos terminado el mochileo y ella se iba a ir a trabajar a una isla paradisíaca, de barwoman, por 3 meses, mientras yo me iba a Nueva Zelanda y eventualmente a Chile. Habíamos tenido un viaje excelente juntas, compartido muchas cosas, y aunque era rico habernos conocido, era triste haberse hecho tan cercanas una de la otra, viviendo tan lejos (ella es holandesa). A las dos nos daba pena despedirnos, así que nos evitamos desde que decidimos separar rumbos, muy nerds, pese a que faltaban un par de días todavía para eso.

Pero llegó la última noche y, por supuesto, decidimos ser valientes y carretearla de todas formas. Incluimos a la Amy, una kiwi de 35 que estaba en el hostal, y fuimos a comer a un lugar fancy y de ahí a partuzear… pero entremedio la Anne insistió en que fuéramos a un karaoke, porque sabía que a mí me encantaba, y que no siempre encontraba pacientes partners para acompañarme. Y así lo hicimos.

Así lo hicimos, y yo canté “I Will Survive”, y la Anne voceaba y aplaudía como si fuera una groupie loca siguiéndome a través de los océanos. La Amy, que no estaba demasiado motivada con esa parte de la noche, por amistad se unió a ella, pero luego con toda razón le dio vergüenza, y piolamente huyó al bar. Entonces y sin siquiera sombra de querer retroceder... la Anne sacó a bailar a un aborigen, de unos 80 años, y ambos hicieron una especie de cumbia hasta que yo terminé, decorando mi performance con improvisada coreografía.

Fue de las cosas más lindas que alguien haya hecho por mí. 

Y tal vez por el viejo. El viejo estaba feliz.



36. “Intergalactic”, de los Beastie Boys.

Los Beastie Boys son ideales para expresar emociones contenidas. Se mueven con precisión, y con cierta violencia, y cuando los escucho soy capaz de echar afuera sentimientos reprimidos y rabia que a veces ni sé qué tengo.

Me encanta escucharlos cuando voy a caminar. Y la canción que más me gusta de ellos podría ser “Whatcha Want”, pero elegí “Intergalactic” porque su título significa algo así como “entre galaxias”, y yo no estaba entre galaxias, pero sí entre países y continentes, moviéndome y mirando. Así que fue de mis preferidas durante el viaje.


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