jueves, 17 de febrero de 2011

Pucha que es lindo Bali

Así que aquí estoy, en Bali, Indonesia. Y pucha que es lindo. Lindo y barato. Me dan ganas de llorar. Lleno de vegetación, de templos, de mariposas gigantes, y de gente que cuando te ve pasar te saluda y sonríe, hasta mirándote a los ojos. Lleno de detalles en cada cosa, lo que hace que cada cosa signifique algo… sea en la arquitectura, sea en la ropa, sean incluso en los detalles del baño y en cómo te dejan puesta la toalla (en forma de flor). Los indonesios envuelven a lo todo lo que tienen de belleza y sentido, y lo hacen con deliciosa grandiosidad.

Y es que así es la cultura asiática. Armoniosa, respetuosa, exquisitamente detallada. Yo ya la había visto antes, en el 2009, cuando fui a Tailandia, Vietnam, Laos y Camboya, y entonces también me atravesó. Sentí que en ella podía descansar. El trato de la gente… cómo agasajan todo lo que tienen y todo lo que son… cómo así se bendicen a sí mismos y también a los demás… Es cierto que entremedio a veces son bastante temperamentales, pero luego ejecutan pequeños detalles como limpiarte con una toalla cuando entras a un restorán desde la calle lluviosa, sin siquiera pensarlo, y te derriten el corazón. O al menos el mío.

En el futuro tal vez desarrolle mejor estas ideas, de puntos, argumentos y todo el paquete, jaja… pero hoy no tengo mucho tiempo para eso. Estoy recostada en una tumbona, en un restorán casual, en la playa de una de las islas Gili, aprovechando el wi-fi gratis, y esperando que empiece una película que van a dar en un proyector gigante. Felicidad, ¿cierto? Uno de esos momentos de gloria viajera, oh yeah.

Antes de llegar aquí, estuve en Ubud… una ciudad que parece pueblo, en la mitad de la isla de Bali… montañosa, verde, llena de vida urbana (por así decirlo, porque todas las calles parecen callejuelas y están llenas de recovecos). Me encantó. En un comienzo no me fue tan fácil conocer gente, ya que el hostal donde me quedé tenía una pieza (exquisita y gigante) para mí sola (siempre es más fácil con roomates)… pero luego en los lugares impresionantes y en los eventos sociales una tiende a conversar con el de al lado.

Primero fue en el Monkey Temple… un templo justo en la mitad de Ubud (y a dos cuadras de mi maravilloso hostal), precioso y lleno de monos, en donde me hice amiga de un surfista canadiense, Dan, con quien recorrimos el lugar y con quien luego fuimos por un par de cervezas. Tuvimos que hacerlo, dado que uno de los monos se encariñó conmigo, lo que significó tenerle celos a él, y en un momento casi le clava los dientes… dientes que parecían totalmente humanos, para que se fijen si un día van, y un mono quiere atacarlos también… pero no se fijen demasiado, si no de pronto ya van a haber sido mordidos, y van a tener que ir por ahí vacunándose contra la rabia. A nosotros casi nos llega, tanto así que hasta el guardia nos dijo que corriéramos.

El Monkey Temple es realmente lindo, y además de monos, está lleno de esculturas preciosas, de roca musgosa, y llenas de significados, y rodeadas de selva. La entrada es bastante barata, el equivalente apenas a 2 dólares, y la gente lo pasa chancho, y uno se contagia, y los contagia a ellos, en una especie de espiral feliz… pero, como dije antes, ojo con los monos, que son de lo más agresivos. Si les ofrecen plátanos para darles, mejor no los compren, porque se echa la manada entera encima, metiendo sus manos por todas partes, como Pedro por su casa. Yo admito que de roñica no lo hice, pero luego vi como otros turistas vivieron eventos tipo Dino de los Picapiedras llegando con el botín, y no me causó demasiada gracia, admito.

Es que, sí, por un lado lo entiendo… los monos saben que son para ellos, y tal vez yo haría lo mismo… pero en general son tan invasivos e irritables. Atacan por cualquier cosa. Bueno, los seres humanos también somos irritables… y ahí es cuando se nota que estamos domesticados, porque todas las emociones humanas también pueden verse en los monos… rabia, felicidad, curiosidad, miedo, etcétera, etcétera, que en sus casos suelen ser totalmente transparentes… pero lo que me da rabia es que siento que ellos saben que están siendo protegidos y que abusan. Es decir, yo no andaría por ahí robándole las cosas a alguien tres veces más grande que yo, como hacen ellos felices de la vida. Va contra el sentido común de cualquier ser vivo… y como no son tontos, imagino que es que han aprendido que pueden hacerlo. Bueno, tal vez por eso no les tengo tanta buena, jaja. Es que me han quitado comida y hasta latas de bebida a lo largo de todo el Sudeste Asiático, en viajes previos, jejeje. Esta vez trataron de quitarme la cámara de fotos y los aritos que tenía puestos (no usen cuando vayan), que casi se van con orejas incluidas. Uno empieza a perder la paciencia con ellos. O sea, que ni el guardia pueda pararlos y diga “run” cuando ellos se enojan porque sí… da rabia.

Pero en fin, la otra cosa especial que hice en Ubud fue ir a una ceremonia. Quería hacer un tour a un volcán al día siguiente, pero los balineses encargados me dijeron que todo estaría paralizado, ya que habría un gran funeral, porque se habían muerto tres parientes del rey. Luego, y con mucha felicidad, me contaron cómo se juntarían en el templo de la calle principal, y cómo después irían en caravana al cementerio, en donde quemarían los cuerpos, y harían una fiesta. “Ok”, dije yo, con cara de cuello, hasta que agregaron un amable “but everyone is invited”, con los ojos brillantes.

Así que fui, a curiosear. Estaba lleno de locales, que habían venido en buses y motos desde toda Indonesia, y había harto turista también. Toda la ceremonia fue interesante, aunque lentísima. Pusieron los cuerpos dentro de unas esculturas preciosas de madera, en forma de dragones o de vacas (no me quedó claro), que luego llevaron en procesión, y que más tarde quemaron con una cantidad impresionante de bencina, inmersos todos en un súbito calor apocalíptico. Todo el proceso fue increíblemente detallado y primoroso, aunque yo no aguanté hasta el final, porque fue realmente largo, y además los cánticos con que lo acompañaron me sumergieron en una especie de trance. Me fui cuando empezó la cremación y el aire pareció inflamarse entero. No sé qué pasó después de eso, pero no creo que demasiado. Y no saqué ninguna foto del evento, pero es que lo encontré privado. Fue interesante, en todo caso.

Un matrimonio mayor, de Estados Unidos, huyó conmigo. Fuimos a una picada en donde comimos platos impronunciables, y pasamos un rato divertido. Ellos se habían tomado un año sabático, y venían de Japón. Me contaron cosas como que los hoteles cápsulas en verdad eran básicamente moteles porque “priorizaban lo esencial”, o como que en China estaba lleno de brasileros (habrá que verlo). Yo me sentí de lo más protegida porque me invitaron todo y no me dejaron ni aportar el bajativo (uno local, que nunca supe bien lo que fue), y además estaba feliz… es que me encantan las personas mayores… me hacen sentir que no tengo que saberlo todo, ni controlarlo todo, porque ellos siguen siendo los que dirigen y también los que cuidan… A mí que me regaloneen nomás, total harto trabajo tendré que hacer yo por mi cuenta cuando me toque a mí estar al mando. Ojalá hasta me hubieran comprado un helado y hubiéramos ido al parque de la mano.

Mucho más no hice en Ubud… largas caminatas en los alrededores, llenos de arrozales, y de gente amistosa (a veces demasiado amistosa). Masajes baratísimos, y buenísimos, en donde incluyeron algunas de mis partes nobles (así son, para que vayan preparados, jaja). Muy plácido y muy feliz. Y de ahí me fui a las islas Gili, que no quedan en Bali, sino en Lombok, otra de las islas de Indonesia. Islas chiquititas y totalmente caminables… muy lindas, pero de absolutamente de otra onda que Ubud… como de carrete hippie. Una sola calle, llena de locales, con música en vivo, y gente amistosa, abierta a conocerse. Ni siquiera hay motos. Solo caballos y bicis.

En esas islas al final me quedé casi una semana. No era mi intención inicial, que fuera tanto, pero algo me cayó mal y perdí tres días seguidos vomitando, y más encima en negación, porque un par de horas sin hacerlo, y “ehh, me mejoré, voy a salir a dar una vuelta”… solo para luego vomitar de nuevo, jajaja (y a veces en medio de la vuelta). No podría decir realmente qué fue, porque entre que la comida tiene muchos aliños y frituras, y entre que le hice cariño a todos los perros, caballos, gatos (y hasta tortugas) que vi, y que luego olvidé lavarme las manos…

Pero aquí otra vez tuve una pieza espectacular. Gigante, con balcón incluido, y un desayuno exquisito. Y, pese a dormir sola, también fui capaz de conocer a gente. El primero fue Antoine, un francés que simplemente me abordó en la calle, y me invitó a un paseo en bote por el día, a conocer todas las playas de la zona. Cuando lo hizo se preocupó de decirme que estaba equipado con todo tipo de comida y bebida, y hasta me mostró un cooler lleno como para graficarlo mejor, jaja. Yo habría ido encantada, pero tuve que declinar, porque estaba en el día más Emily Rose de mi molestia estomacal, y me dio miedo dejar regalines a lo largo de toda la embarcación. Bueno, además fue tan abrupto que me dio plancha.

Pero quedé mal, porque Antoine se veía como un buen tipo, y tenía un grupete simpático, y no alcancé a conocerlos, y además creo que no me creyó, porque al día siguiente lo vi de nuevo en la calle y apenas me saludó. Así que me prometí a mí misma ir a uno de los bares y superar la vergüenza, a ver si interactuaba un poco con gente nueva, y así fue como en la noche me armé de valor para salir… pero luego el ímpetu no me alcanzó para convencerme a entrar a una parte nueva, paseándome en la calle como un tigre, hacia un lado, hacia el otro, hacia un lado, hacia el otro... hasta que se me acercaron dos suecos que me preguntaron qué estaba haciendo, merodeando allí como un patrullero, y que me invitaron a unas cervezas. Entonces entramos a un bar, donde tocaba un grupo de reggae, y gente conversaba en unas butacas gigantes. Nos instalamos. Hablamos de países a los que queríamos ir. Cantamos nuestros himnos nacionales (pero no se escuchó mucho). Nos reímos. Hablamos de geografía y de películas. Discutimos. Bajamos más cervezas (yo también invité) hasta que cerraron y nos echaron, y entonces mis educados nuevos amigos me fueron a dejar hasta la mismísima puerta de mi hostal, alegando su deber de defenderme de la oscuridad, los charcos, los perros salvajes, los (otros) borrachos, y otros peligros del tipo.

Benditos suecos, porque voilá. Además de que me hicieron la noche, mientras estaba ahí con ellos, conocí a un canadiense y a unas danesas. El canadiense, al día siguiente me invitó a comer con un español, y a las danesas me las encontré el día subsiguiente en un local hippie en el fondo de la playa, al atardecer, donde me invitaron a jugar una partida de cartas… y de ahí ya fue fácil el asunto social... mucha gente muy distinta con la que compartir, y mucho europeo, en especial francés… porque los franceses están siempre y en todas partes, tanto como los libros alemanes están en todas las librerías usadas… Lo que podría llevarnos a la lógica conclusión de que los franceses son muy viajeros, y los alemanes muy lectores… y también (bonus track) de que los latinos somos muy malos (lectores)… ya que en casi ninguna librería hay ningún libro en castellano, ¡siendo que es el segundo idioma de lengua materna más hablado en el mundo! (creo). Aunque yo alcancé a agarrar uno buenísimo, que me devoré en mis días de convalecencia. Pero acá ya estoy divagando (aunque es cierto que casi no hay libros en español acá) (y que tampoco había en Australia) ("una vergüenza", dice la miss en mí).

Además de socializar, aquí en las islas caminé, snorkeleé, dormí y comí que da gusto. Horas enteras sumergidas en una especie de bienestar en el que se pierde la noción de tiempo… largas horas enteras para mí sola… Es tan delicioso estar lejos de todo… como si una pudiera borrarse mientras el mundo ha de esperar. Las islas Gili son un lugar pintado para desaparecer en tropical felicidad… desaparecer tendida en una playa con el estómago lleno de panqueques de plátano, y haciendo círculos en la arena con los pies… mientras alguien deshace a una guitarra de música, el mar rompe solo a metros de distancia, y una aún puede sentir en la boca una mezcla entre la miel, de los panqueques, y sal, del océano.

Yo podría estar en oasis como estos para siempre.

Pero el show debe continuar. Así que mañana vuelvo a Bali, para luego volver a Australia, y luego a Chile… de islita, a isla, a islota, a continente…

Aunque no todavía ni a Australia ni a Chile.




Ubud.



¿Cierto que es el peor cartel publicitario de la vida? ¿Quién va a querer comer ese atún? jejeje.



Las personas se sacan los zapatos para entrar a los lugares. Ésta es la entrada de un restorán.



La entrada a un local, y la entrada a una casa... así son de lindas las entradas para cualquiera de las casas... como si cada una fuera un templo.



Gente bajando veloz con sus motos en la calle del Monkey Temple.



El demonio que vigila en la entrada.



Graffiti chino en musgo.



Monito comiendo algo que no es plátano. ¿Ven que raras las protuberancias en el cuello? Todos los monitos las tienen (los chicos).



Esta vez me abstengo de colaborar con los tres monos sabios...



La señora que limpia... para que vean los elegantosas que la mayoría de las asiáticas son.



Un demonio gozador.



Como que a veces se van en mala, ¿no? jajaja.



Conversando con un perro mágico.



Los asiáticos visten a sus esculturas.



Y a sus arbolitos.



Tratando de hacer amiguis.



Dan viviendo el fenómeno Dino.



La tranquilidad antes de la tempestad.



El arrozal detrás de mi casa, en acción.



Las chiquillas(escolares) jugando a algo en la cancha del parque.



Una callejuela cualquiera en Ubud.



Otro arrozal más, algo más lejos.



Señora trasladando cosas con la cabeza (está lleno, pero me da nervios sacar fotos de muy de cerca) (en todo caso la señora de la foto, cuando me vio, me dirigió una sonrisa que habría derretido la cámara).



Un show de Barong Dance (si se escribe así, baila tradicional). Éste es el demonio que se supone que saca todos los obstáculos de las cosas. Parece una alpaca gigante, jaja. Muy lindo. Ojo con que se les ven los humanos pies pelados, aww. Eso me encantó.



¿Cierto que éste parece un baile entre los fantasmas de la navidad presente? (versión bacán de 1984). Me encanta que acá los machos no escatiman nada con el maquillaje... éstos tienen una boca roja brillante que ni en mis días de fiesta a veces consigo.



Una calle cualquiera de Ubud (pre-cio-so).



Esta va pa mi familia... yo creo que así se debe escribir palachinken.



Musulmana en Isla Gili Trawangan. Según algunos lectores, el Lonely Planet (tengo que corroborar) Indonesia es mayormente musulamana, excepto la isla de Bali (que por eso tendría más turismo). Las islas Gili son parte de la isla de Lombok. (o su región).



Playa principal (aunque la isla entera es una sola gran playa).



Gozadores. Ojo con la de la derecha... para todas las que alegan que son blancas.



La calle principal, llena de caballitos (sobreexplotados) y bicis.



Abasteciendo al pueblo.



Felicidad. Ojo con la mano en posición de rascar la guata, jaja.



Hot spot adonde la gente llega en bici a ver el atardecer.



Dando la vuelta a la isla.



Vaquitas.

5 comentarios:

Flor Casual dijo...

WAUUUUUUU!! se pasó que maravilla!

Constanza Greene dijo...

Que lugar mas lindo!!!!, se pasóoooo, que sigas gozando, patua!

pisqueira dijo...

Muy bueno este blog Pacita dan ganas de estar allá y mas con tantos monos que me encantan!!!

pisqueira dijo...

Que lindo el lugar dan ganas de estar ahí!!! Muy bueno lo que escribiste.

Eduardo Graça dijo...

Que beleza ...