lunes, 3 de enero de 2011

Surcando los aires

El 30 de diciembre fue el día D de mi partida… pero estuve tan corriendo todos esos días, que ni siquiera me despedí apropiadamente de la gente, no solo haciendo la mochila (que fue eterno), sino que también cortándome el pelo, haciéndome mi primera limpieza de cutis, y todas esas cosas que una hace cuando siente que está empezando un cambio importante… como intentando hacer de lo externo un espejo de lo que se pretende adentro.

Solo mis papás fueron a dejarme al aeropuerto, lo que para mí fue muy feliz, dado que las despedidas me dan una pena horrorosa, y o lloro como si me hubieran pagado, o me desconecto mentalmente de modo que no estoy realmente allí y luego la gente queda con la impresión de que yo soy Robocop. Pero fue una despedida divertida, en parte porque fue casual, se nos quedó mi notebook, y mi papá se pegó el pique a buscarlo. En eso me di cuenta de que no había alcanzado ni a almorzar en ese día, con tal que con mi mamá nos zampamos un barros luco, y de ahí volvió mi papá, quien luego de fanfarronear con su velocidad al manejo se pidió otro, y de ahí nos reímos los tres mirando desde el Gatsby a las débiles personas que lloraban en las despedidas, desde ese lugar preferencial en el mundo, alto como ese de donde miran los dioses… solo para, unos veinte minutos después, hacer el mismo espectáculo nosotros mismos.

Pero igual nos separamos contentos. Porque siempre es chori ser capaz de hacer, y estábamos todos emocionados de la aventura. Luego, una vez adentro me encontré con un amigo, quien por casualidad tomaba el mismo vuelo, e iba para lo mismo, así que nos acompañamos harto y nos reímos un poco también. Para mí fue especialmente aliviador, encontrármelo, porque sentí como si el universo me recordara que yo no era la única loca, y que estaba bien que sintiera júbilo de partir, como también él, y fue gracioso también compartirlo. Luego nos separamos en Sydney, porque él iba a Brisbane, mientras yo a Darwin, pero quedamos en contacto para posteriores, lo que me hace sentir acompañada, aún si luego no nos viéramos. Además, él me vio cruzando el océano, lo que significa que efectivamente lo hice, y es que todavía no siento que sea real. Ni el viaje, y ni siquiera yo misma… dado que estoy en un hostal en donde ni siquiera hay algún hispanohablante que entienda mi idioma. Soy totalmente un forastero en tierra extrañas… aunque eso da para otro post… o tal vez para un blog entero (este), y como dicen “pienso, luego existo”, que también podría ser “te piensan, luego existes”… en el ahora, no existo. Lo cual a veces es aterrador, pero otras absolutamente liberador, dependiendo del caso.

Pero volviendo al tema, así fue cómo llegué el 1 de enero a Sydney, aunque como bien dijo mi amigo, en Chile todavía no daban las 12. Fue ahí cuando me di cuenta de lo feliz que estaba de haberme ido, ya que ni siquiera había pensado en qué estaría haciendo la gente en Chile (y no es porque no quiera a gente allí): yo ya no estaba ahí. Y a las 2 horas estaba surcando los aires otra vez, hacia Darwin, a través de la línea Quantas, que tiene a John Travolta apareciendo en sus videos de bienvenida (me hizo el día), y pasando mi mano por la ventana que un buen señor me cedió, goloseando el recién encontrado paisaje australiano con verdadera – y agotada – compulsión.

No hay comentarios: